Según señala Quico Sallés, audaz reportero de El Món, la oronda sombra del beato Junqueras podría estar detrás del cese de Josep Lluís Trapero como mandamás de la policía autonómica. Parece que el líder de ERC tendría enfilado a Trapero desde sus declaraciones judiciales, que, según él, habrían contribuido a su encarcelamiento (sin olvidar que entre los políticos que el major se habría ofrecido a detener figuraba también nuestro beato de referencia). La cosa suena verosímil: por el mismo precio, el hombre se libraba de un sujeto molesto al que había cogido ojeriza y daba un paso de gigante para que ERC controlara a los Mossos d'Esquadra vía el consejero Elena, ese señor que pasó de sociata a indepe de la noche a la mañana, como el Tete Maragall.
El nuevo jefe de la policía catalana, Josep Maria Estela, tiene, además, un padre que fue alcalde de Alcarràs por ERC, lo cual debe haber predispuesto a su favor al beato. Por no hablar de esa foto que ha resurgido estos días del 16 de agosto de 2018 en la que se ve al señor Estela en un acto conmemorativo en Alcanar de los atentados terroristas de un año antes en Barcelona y Cambrils y en la que posa junto a Pere Aragonès (y otros figurones del régimen) ante un enorme lazo amarillo que no sé muy bien cómo se aguanta de pie, pero que les llega hasta el pecho (a Estela) y prácticamente hasta el cuello (a Aragonès). Para acabar de demostrar que se merece su nuevo cargo, Estela ha fulminado al intendente Toni Rodríguez, jefe de la CGIC (Comisaría General de Investigación Criminal) y especializado en investigar la corrupción política, actividad que le había conducido a tomar la insensata decisión de meter las narices en las cosas del consejero Miquel Buch y de la presidenta del parlamentillo, Laura Borràs.
Pero, hombre, Rodríguez, ¿a quién se le ocurre? ¿Usted cree que se puede medrar en la policía catalana investigando a los políticos del régimen? Aprenda de su nuevo jefe: nada más tomar posesión del cargo, lo primero que ha hecho es librarse de usted, infeliz, y suerte tendrá si no le buscan una nueva ocupación especialmente cutre y humillante. Sí, ya sabemos que lo ha hecho bastante bien combatiendo el narcotráfico, pero, vamos a ver, ¿dónde lleva el lazo amarillo, que no lo vemos? Y mientras usted metía el hocico donde no debía, ¿qué hacía Trapero en vez de llamarle al orden? Pues permitirle que siguiera con sus delirios justicieros: entre eso y lo del supuesto arresto de los capitostes del motín de octubre, no es de extrañar que el beato Junqueras decidiera deshacerse de Trapero y, ya puestos, de usted.
La verdad es que las teorías del colega Sallés no me han sorprendido en absoluto. Hace tiempo que tengo la impresión de que Junqueras es una falsa buena persona, un fanático intolerante al que le conviene presentarse como un hombre nacido para la concordia y que desconoce el rencor porque, como él mismo dijo, el junquerismo es amor. Jesuítico e hipocritón, a Junqueras le gusta hacerse el sensible, ejercer de meapilas y echarse a llorar cuando ese corazón que no le cabe en el cuerpo se siente atribulado por una realidad hostil: entre sus lagrimones y los berridos de Marta Rovira, a Puchi no le quedó más remedio que culminar la gran metedura de pata que acabó dando con sus huesos en el maletero de un coche. Yo aún recuerdo al beato haciendo pucheros por la tele y diciendo que a ver si nos poníamos las pilas con lo de la independencia, que él ya no podía más de esperarla. Pero esa es la imagen sensiblera que le gusta proyectar y que oculta la del político vengativo que, tras chuparse unos añitos en el trullo, decide, como James Bond en Operación Trueno, que el mal rato que ha pasado, alguien lo va a pagar.
Por ejemplo, el major Trapero. Y ya que hemos iniciado la purga, vamos a llevarnos por delante a algunos más, que también molestan: véase al intendente Rodríguez y a su sidekick, el subinspector Juan Manuel Lazo, quien ya tuvo el descaro hace un tiempo de quejarse a la justicia de que los políticos no le dejaban trabajar en paz cuando le tocaba investigar a notables personajes del régimen. El beato puede estar tranquilo con Josep Maria Estela, funcionario ejemplar que ha entendido a la perfección lo de que quien paga manda. La vida es más sencilla cuando entiendes cómo funciona la jerarquía: Estela responde ante Elena, quien a su vez obedece al beato y aquí paz y después gloria. Y en cuanto a lo que se espera de un cuerpo policial, si eso ya hablaremos después de la independencia. De momento, amigos Trapero, Rodríguez y Lazo: ¡al cuarto de las ratas! Que es, como recordarán mis lectores más provectos, donde amenazaba con enviar a Zipi y Zape su padre, don Pantuflo Zapatilla.
Puede que el junquerismo sea amor, pero hay amores que matan.