Aún recuerdo la época en que, en las ficciones audiovisuales en catalán, cuando alguien se expresaba en castellano era porque se trataba de un zoquete o, con más frecuencia, de un delincuente. Era una manera, no muy sutil, de decirle a la audiencia que quienes no hablaban la (supuesta) lengua propia del país (donde el castellano, por cierto, se habla más que el catalán) eran gente de poco fiar y, probablemente, mal vivir. Dentro de la vileza de la maniobra, eso sí, había cierta sutileza que, a veces, permitía que el mensaje calara sin hacer mucho ruido. Faltaban bastantes años para que el racismo y el odio adquirieran carta de naturaleza gracias a personajes siniestros (y algo ridículos) como Toni Albà (el imitador del Emérito), Jair Domínguez (el niño del machete) y demás cazadores de ñordos a sueldo de TV3, que ahora, cuando no se les ocurre nada mejor, claman Puta España o bromean con esa gracia que Dios les ha dado sobre ocupantes, colonos y demás ralea. Curiosamente, el último en alimentar a la bestia xenófoba no ha sido ninguno de los sospechosos habituales, sino un inocente mago muy popular entre el público en general y la gente menuda en particular que se hace llamar Mag Lari, a quien ahora le busca las cosquillas la justicia por haber incurrido en un posible delito de odio.
La cosa tuvo lugar --¿dónde, si no?-- en un programa de TV3 titulado Au Pair y que consistía en que, durante un día, un famosillo local --o sea, alguien del que nadie ha oído hablar más allá del Ebro-- tenía que bregar con unos cuantos críos levantiscos y tratar de que entraran en verde sin necesidad de brearlos a sopapos. Para entretener a los cuellicortos que le habían tocado, el Mag Lari se disfrazó de calamar gigante --o de mamarracho, según se mire-- y, en un momento dado, pasó del catalán al castellano arguyendo que de esa manera daba más miedo. Podría haber hablado en catalán con acento ruso o chino, como en las películas malas de espías, pero optó por el español, no sé si para garantizarse futuras apariciones en TV3, donde esas gracias se contemplan con un agrado considerable, o porque es un lazi radical (algo de lo que, hasta el momento, no había dado ninguna muestra). Evidentemente, en la nostra no se le encendió la luz roja a nadie, dado que ahí son mayoría los que piensan que el español es el idioma de la mala gente, pero una asociación particular --Hablamos Español-- llevó el caso ante la justicia y ahora el mago está siendo investigado por posible delito de odio.
Los defensores del sujeto aseguran, claro está, que ya están los españoles de nuevo sacando las cosas de quicio: son los mismos que, cuando un guardia civil le pide a un patriota que se pase al castellano porque acaba de llegar de Albacete y no le entiende, se lo toman como una ofensa personal y un insulto a la sagrada lengua local. Eso que hace el picoleto es muy grave, pero que un adulto introduzca en las mentes infantiles el concepto de que el español es el idioma de los malos se les antoja lo más normal del mundo: los delitos de odio, como todo lo demás, solo transitan en una única dirección. Y no nos olvidemos de la libertad de expresión, que para los lazis obedece a la ley del embudo: si tú me insultas, es un delito de odio, mientras que, si yo te insulto a ti, lo mío es libertad de expresión de la buena; si tú quemas mi bandera, eres un fascista, pero si yo quemo la tuya es porque soy un antifascista; y así sucesivamente.
El caso Mag Lari es de chichinabo y dudo que tenga mucho recorrido judicial, pero es útil para recordar que los hechos y las palabras pueden tener consecuencias. Preguntado por su postura al respecto, el mago disfrazado de calamar no ha dicho ni pío y hace bien: que se reserve para el juez.