El nacionalismo no suele casar bien con el humor. El primero es, por definición, solemne y severo, mientras que el segundo se distingue por su descreimiento generalizado y su relativización permanente de los conceptos supuestamente sagrados. Hoy día, en España, no se ve en los escenarios a muchos humoristas patrióticos. De tiempos recientes, me viene a la cabeza Moncho Borrajo, al que nunca le vi la gracia. Y de épocas más pretéritas recuerdo al inefable Emilio el Moro, cantante graciosillo que salía mucho en la TVE de mi infancia ataviado con chilaba y fez, pues había decidido centrar su humor pre paleolítico en los magrebíes (en sus últimos tiempos solo actuaba en los mítines de Fuerza Nueva: falleció en una residencia de Barcelona durante un incendio en el que, hallándose cocido desde las diez de la mañana, confundió la puerta del pasillo con la del armario de la habitación, quedándose frito en su interior con funestas consecuencias).
En Cataluña, por el contrario, se da un peculiar overbooking de humoristas patrióticos. Y aunque yo piense que tienen la gracia en el culo, lo cierto es que cuentan con un número notable de seguidores. Ahí está Toni Albà, leyendo el pregón de la fiesta mayor de Salt disfrazado de rey emérito (atuendo con el que ya hacía las delicias de la gente menuda cuando tenía que llegar a final de mes actuando en primeras comuniones). O Joel Joan, que acaba de grabarse, ahíto de ratafía, en una barca junto a lo que él describe cariñosamente como “unos marineros de mierda” (dice estar en la Polinesia, pero supongo que se trata de otra de sus hilarantes hipérboles; la tajada que parece llevar puede que se deba a un intento de auto consuelo al ver cómo su nueva serie ha sido rechazada en TV3, cosa que ya le dio para algunos tuits rencorosos). A Jair Domínguez y el rústico Peyu les han chapado el Bricohéroes por hacer publicidad (no muy) encubierta de empresas patrióticas catalanas (el ínclito Canadell ha reconocido haberles pagado por lucir camisetas de Petrolis Independents: además de lazis, corruptos). Anna Grau se ha despedido de ellos con la expresión “Adéu, merdosos, adéu”: de acuerdo con lo de “mierdosos”, pero no con lo de “Adiós”. El régimen cuida de los suyos y estos dos majaderos volverán a TV3 pasado un tiempo prudencial: apartarlos por corruptos es como cuando detuvieron a Al Capone por evasión de impuestos.
No incluyo a Jordi Cuixart entre los bufones del régimen porque practica un humor involuntario: yo me troncho con su mullet, sus muecas de orate, su mirada de iluminado y sus arengas delirantes, pero me temo que todo lo que dice y hace se lo toma en serio. Me pasa lo mismo con el caminante Turull y con ese gran secundario de La Cubana que podría haber sido el consejero Giró, pero ninguno de ellos se dedica, en teoría, al humor.
Decía Perich que los payasos ríen por fuera y lloran por dentro, motivo por el que suelen tener tan poca gracia. A los humoristas del régimen les pasa algo parecido: el amor a la patria los incapacita para hacer gracia a nadie que viva fuera del inframundo lazi. Andan sobrados de odio y mala baba, eso sí, y con esos mimbres uno se puede ganar muy bien la vida en el mundillo local del entretenimiento: con un Puta España a tiempo, aquí cualquiera se lo puede montar decentemente. Eso sí, cuando eres tonto de capirote, como es el caso de todos nuestros humoristas patrióticos, el único problema es querer pasarte de listo y sacarte un sobresueldo chungo (Domínguez y Peyu) o dar por sentado que en TV3 te van a financiar tu nueva birria porque eres un pilar del régimen (Joel Joan). Luego puedes achacar tu cese a una conspiración de extrema derecha, como han hecho los de Bricohéroes, o pillar una torrija de capitán general y darte una vuelta en barca, como el bueno de Joel. El lucro cesante no te lo quita nadie, pero siempre habrá algún esbirro de Pepe Antich dispuesto a reírte las gracias en El Nacional. El que no se conforma es porque no quiere, chavales. ¡Y os deseo mucha suerte en vuestras próximas trapisondas!