Estaba yo almorzando hace unos días con una amiga cineasta cuando se nos ocurrió la brillante idea de rodar un documental sobre la vida cotidiana de Carles Puigdemont en Waterloo. La cosa, que se movería entre la chufla y la injuria, sería, para entendernos, una mezcla de Muchachada Nui, los mockumentaries de Christopher Guest y la película que rodó años atrás Barbet Schroeder sobre Idi Amin Dada. Lamentablemente, nunca pasaríamos el primer control, dado que ambos nos hemos distinguido por nuestra desafección al régimen y jamás lograríamos traspasar la puerta de la casa de la república que no existe, idiota. En su momento, el bueno de Barbet consiguió enredar al descacharrante tiranuelo africano diciéndole que el documental sería a su mayor gloria, y éste, que no debía conocerlo de nada, le creyó y se prestó a lo que hiciera falta. Hacia el final del rodaje, eso sí, las cosas se torcieron, el zoquete de Idi Amin se dio cuenta de que aquellos blancos se lo estaban rifando y director y equipo tuvieron que salir por patas de Uganda antes de que el sátrapa del que se estaban pitorreando los mandara fusilar y se los comiera (no necesariamente en ese orden).

A mi amiga y a mí nos verían venir desde el principio, por lo que la idea, que me sigue pareciendo válida, la dejo aquí por si alguien quiere hacerla suya. Hará falta, eso sí, alguien desconocido por los procesistas que sea capaz de infiltrarse en ese inframundo, montar un crowdfunding a lo Isona Passola para esquilmar a los indepes a los que les sobre un poco de dinerillo, convencer a Puchi de la importancia del proyecto para la causa y rodar su absurda y aburrida existencia. Es indudable que Idi Amin daba más juego que Puigdemont, pues era un hombre con cierta tendencia al espectáculo, mientras que el fugitivo del maletero es un muermo. Y tampoco se puede decir que el chaquetero Comín y el folklórico Puig i Gordi resulten especialmente divertidos. Aún y así, yo le veo posibilidades cómicas a la propuesta: un exiliado de chichinabo que no tiene nada que hacer en todo el día y que a veces habla en un Parlamento europeo vacío, unos secuaces que no dan un palo al agua, la posible aparición de un autobús con jubilados de Manlleu venidos a hacerse fotos con el supuesto presidente supuestamente legítimo de la Generalitat en el supuesto exilio, unos vecinos que lo detestan… Hay material, amigos, hay material.

Una alternativa al documental --a la que tampoco tendríamos acceso mi amiga y yo-- podría ser una comedia de situación, ambientada en la casa de la república, cuyo lugar natural de emisión sería TV3. Se podrían encargar de la producción El Terrat o Minoria Absoluta, recurriendo a los actores del Polònia, pero también lo veo complicado: en El Terrat no querrían meterse en líos (no olvidemos que forman parte de Mediapro, donde manda el millonario trotskista y filoindepe Jaume Roures), y en Minoria Absoluta, su jefazo, Toni Soler, es un cebolludo de nivel cinco y se echaría las manos a la cabeza ante la perspectiva de una serie dedicada a reírse de los falsos exiliados en Bélgica. Por no hablar de que TV3 rechazaría una propuesta semejante ipso facto.

Como ustedes ya habrán adivinado, la idea subyacente a este documental y esta sitcom imposibles es que Puigdemont pague por la vía audiovisual todo el daño que le ha hecho a esa sociedad catalana a la que tanto dice amar. Solo es, lo sé, una idea irrealizable, pero a mi amiga y a mí nos hizo reír bastante durante todo el primer plato. Y tal como está el patio, no se puede pedir mucho más, ¿verdad?

 

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