Para un sector nada desdeñable del movimiento lazi, la humanidad se divide entre catalanes y fachas: por catalanes se entiende a los independentistas y por fachas a todos los que no están de acuerdo con éstos. En el mundo lazi, como todos sabemos, se hacen constantes llamadas a combatir el fascismo, algo, al parecer, incompatible con la catalanidad. Por eso se denuncia a Vox y a Falange (y al PP, y a Ciudadanos, y a los llamados partidos del 155, y hasta al PSC/PSOE y Podemos si hace falta) y se olvida voluntariamente que se puede ser independentista y facha a la vez, como es el caso del grupo Koiné, una pandilla de energúmenos intolerantes, firmes partidarios del monolingüismo, que, de vez en cuando, se marcan un manifiesto racista o efectúan declaraciones que solo pueden clasificarse de insultantes (generalmente, a través de un catedrático apellidado Virgili al que le encanta ejercer de martillo de herejes).
La última salida de pata de banco de los puristas de Koiné ha consistido en volver a insistir en la vieja teoría --que con tanta vehemencia defendió en vida la actriz Montserrat Carulla, que en gloria esté-- de que la inmigración española de los años sesenta y setenta obedeció a un perverso plan franquista encaminado a hacer desaparecer la lengua catalana en Cataluña para ser sustituida por lo que hablaba toda esa gente que aparentaba cambiar su lugar de residencia huyendo del hambre canina que la amenazaba. Según el muy científico punto de vista del señor Virgili y los suyos, todos aquellos andaluces, murcianos y extremeños por los que el franquismo no movía un dedo eran en realidad agentes ocultos del régimen con una misión muy clara: acabar con el ser de Cataluña por el acreditado sistema de imponer su idioma a los catalanes (contra los que, previamente, se intuye que había tenido lugar una guerra que solo era una guerra civil en apariencia, ya que, en el fondo, se trataba de una contienda entre España y Cataluña).
Convertir a un montón de compatriotas famélicos en peligrosos agentes enemigos podría ser un recurso inverosímil, pero tolerable, en la literatura fantástica si no se pretendiera presentarlo como una teoría científica que no se aguanta por ningún lado, lo cual resulta, además, de una desfachatez indignante. Cebarse con los pobres y hacerlos responsables de un supuesto genocidio cultural es de un miserable que atufa y que, en el caso que nos ocupa, no deja en muy buen lugar ético y moral a los firmantes habituales de los manifiestos y ocurrencias del grupo Koiné (como no dejaba tampoco en un lugar muy digno a la difunta señora Carulla, a la que nunca se oyó protestar de nada durante el franquismo, por cierto). Esta última y malintencionada chorrada de los fachas de Koiné ha sido convenientemente rebatida por gente que conoce algo mejor la historia reciente de España (entre ellos, ese tal Coscubiela que también debe formar parte para los lazis de pro de su confuso contingente de fachas), pero ellos, como los iluminados del Institut Nova Història, tienen sus propias teorías y supongo que, con algo de esfuerzo y abundantes dosis de fanatismo, han llegado a creérselas. Sobre el proteccionismo franquista del que disfrutaron muchas empresas catalanas (pienso en calzados Segarra, que abastecía en exclusiva al ejército español, o a ciertas compañías textiles que se beneficiaban de unas medidas que afectaban negativamente a la importación de materiales extranjeros), Koiné nunca ha tenido nada que decir. Su objetivo favorito siempre ha sido el meridional que se veía obligado a emigrar a Cataluña (o a Madrid, pero eso no cuenta), para el que no hay comprensión ni compasión algunas, solo el señalamiento con el dedo como supuesto responsable de la erradicación de la lengua propia de la Cataluña catalana (a la que sí contribuyeron muchos de nuestros buenos burgueses, eliminándola del ambiente familiar hasta que tuvieron que recuperarla a toda prisa para pasar de franquistas a convergentes y seguir chupando del bote).
Bienvenidas sean todas las iniciativas para combatir el fascismo, pero a ver si incluimos bajo ese epígrafe a todos los que lo merecen: el grupo Koiné demuestra fehacientemente que se puede ser al mismo tiempo catalán y facha. Y mala persona, por el mismo precio.