En el universo lazi abundan los personajes pintorescos, pero algunos son más divertidos que otros. A mí me entretiene mucho Antoni Castellà, mandamás de Demòcrates, ese hombre que se sitúa físicamente a medio camino entre José Luís Rodríguez, el Puma, y Kabir Bedi, el Sandokán de la serie televisiva de los años 70. Aunque su partidillo no pinta nada y a duras penas ha conseguido que le hagan un sitio en las listas de JxCat, Castellà disfruta dándoselas de gran estadista y proclama su independentismo unilateral en cuanta oportunidad se le presenta. La última se la ha proporcionado en El Món Quico Sallés, buen reportero y eficaz entrevistador cuyo sentido del espectáculo le ha traído algún problemilla, como pudo comprobarse cuando fue cesado fulminantemente de La Vanguardia tras aparecer en el FAQS disfrazado de picoleto.

Afortunadamente para él, en El Món son más tolerantes con su fino humor inglés (más en la línea de Benny Hill que en la de Ricky Gervais, todo hay que decirlo) y no parece que le hayan llamado la atención por haber salido hace unas noches en TV3 disfrazado de Yellowstone Wolf (aunque el resultado se acercaba más al de un miembro del club de los Búfalos Mojados, donde militaban Pedro Picapiedra y Pablo Mármol, como recordarán los lectores de una cierta edad).

Aunque a veces lo parezca, ser lazi y ser tonto no siempre es lo mismo. En la entrevista de El Món, Sallés se muestra como un true believer del independentismo, pero no como un merluzo y un bocachancla, roles que interpreta a la perfección el señor Castellà. El Puma nostrat se declara un incondicional de la independencia unilateral y apuesta por controlar el territorio. Cuando Sallés le pregunta cómo se hace eso, el hombre suelta una ristra de vaguedades sobre la fuerza del pueblo, la importancia de la confrontación con el Estado y todo tipo de chorradas más propias de un adolescente de la CUP que de un hombre que ya peina canas, consiguiendo quedar, en el mejor de los casos, como un badulaque, y en el peor, como un trepilla que no se cree nada de lo que dice, pero lo suelta para hacer méritos en el partido que lo ha acogido porque el suyo no puede llegar solo ni a la esquina.

Sostiene Castellà que con Laura Borràs vamos directos a la independencia, aunque algunos pensemos que a donde puede ir directa la geganta del Pi es al trullo y a la inhabilitación, como se demuestren los presuntos chanchullos cometidos cuando estaba al frente de la ILC para favorecer económicamente a un amiguete un pelín turbio. De hecho, si cree en lo que dice --que lo dudo--, Castellà debería anhelar la inhabilitación de Borràs si ésta gana las elecciones, pues en ese caso, al correr la lista, tendríamos de presidente al gasolinero Canivell, perdón, Canadell (siempre lo confundo con el vendedor de porteros automáticos de La escopeta nacional, ¡y que me perdone el gran Sazatornil!), que es más de su (supuesta) cuerda y es muy capaz de volver a montar un sidral tan ridículo como el de hace tres años con Puchi a la cabeza. Por si acaso, si gana Borràs y no la inhabilitan, Castellà, por la cuenta que le trae, le muestra su adhesión inquebrantable.

Que Castellà es independentista nadie lo duda. Que se crea las quimeras que suelta ya no está tan claro. Pero esas ganas de prosperar desde un partido político que ni pincha ni corta, esa sobreactuación constante para que los mejor situados que él le acaricien el lomo y la desfachatez con que plantea sus planes infalibles para la independencia súbita me lo hacen especialmente entrañable. Y es que, en el fondo, soy un sentimental.