En la vida de Artur Mas siempre hay una de cal y una de arena. Reciente aún su jornada de gloria en Perpiñán junto a los otros dos integrantes del Club Súper 3, Puigdemont y Torra, ahora se le viene encima el antiguo tesorero de Convergència, Daniel Osácar, con sus declaraciones de que en el partido nadie iba al retrete sin que lo supiera la autoridad (o algo parecido, ustedes ya me entienden) y que, por consiguiente, le resulta muy poco verosímil que Mas no estuviese al corriente del pitufeo y demás chanchullos económicos consustanciales al rentable invento socio-político de Jordi Pujol. Mostrando de nuevo su portentosa jeta de cemento armado en TV3, el Astut se ha apresurado a desacreditar al vetusto tesorero, asegurando que es un hombre viejo y vulnerable sometido a vaya usted a saber qué presiones de la perversa justicia española. Nuestro hombre viene a insinuar que a Osácar le han hecho una de esas ofertas que tanto se ven en las películas de mafiosos, cuando al camello de segunda le dicen que cante los nombres de sus jefes e igual así le rebajan la condena. Lo cierto es que no sería de extrañar, ya que la policía, los jueces y un buen número de catalanes sospechan que Artur Mas era el jefe de la banda: si Felipe González era el Señor X y M. Rajoy era Mariano Rajoy, es muy posible que el Astut fuese Papá Pitufo. Otra cosa es probarlo, claro está, y en eso anda la justicia, pues no en vano el fundador de Convergència va a ser juzgado junto a toda su familia como presunta organización criminal y Mas era su delfín.

Demasiado bien le han ido las cosas al Astut para ser el principal responsable --junto a Pasqual Maragall y su nuevo estatut que nadie le había pedido-- del sindiós en el que llevamos instalados desde 2012, por lo menos. Aparte de una inhabilitación, ya concluida, y algunos embargos, Mas sigue sin pagar por sus pecados. Si no fuera un vanidoso y un sobrado, mantendría un perfil bajo, dimitiría de sus funciones en el Club Súper 3 y trataría de pasar desapercibido para evitar males mayores, como los que ahora le rondan tras las declaraciones del señor Osácar, quien lo supone al corriente del pitufeo y, por extensión, de todas las trapisondas típicas del mundo convergente. Sostener que estabas al mando de algo, pero no te enterabas de nada le ha salido bien, de momento, a Agustí Colomines --nuestro comisario político favorito, que ejerció de mandamás en la Fundación CatDem, antes Trias Fargas, sin percatarse, o eso dice, de que aquello eran las cuevas de Luis Candelas--, pero está por ver que el Astut también lo consiga.

Curiosamente, estas nuevas revelaciones de Osácar no han llevado a la oposición a morder y no soltar, como sería su obligación. Puede haber influido el cansancio en esa actitud displicente: las corruptelas convergentes son tantas que al principio te indignas y exiges justicia, pero luego te vas cansando porque no se acaban nunca y ya hasta aburren. Tampoco en el bando post convergente ha habido bofetadas para salir en defensa del Astut. La única declaración que me consta es la de Albert Batet, de Junts per Catalunya, quien ha dicho que él no opina sobre políticos de otros partidos como Artur Mas. Teniendo en cuenta que Batet ha sido convergente hasta hace tres días, no sé si lo suyo es un sarcasmo o una muestra de estupidez. Me inclino por lo segundo, ya que este hombre es lo más lelo que tienen en nómina los fans de Puchi junto a Eduard Pujol, con el que parece estar siempre compitiendo por aquel galardón al Asno Total que se sacó de la manga Milan Kundera en uno de sus libros.

Con la oposición presa del cansancio y la desmotivación y los suyos aparentando que no lo son, Mas lo tiene relativamente fácil para seguir hurtando su cuerpo al sistema. A no ser que la ley decida apretarle las clavijas al provecto tesorero de Can Pujol, lo que también podría (y debería) suceder.