El cuerpo de bomberos debería demandar a la CUP por apropiación indebida de las ideas que le distinguen. La última, hasta la fecha, es la convertir a Quim Torra en presidente simbólico cuando lo inhabiliten; es decir, en una especie de tentetieso que ni sufre ni padece, pero asiste a las sesiones del parlamento catalán en una extraña posición a lo convidado de piedra. Como se supone que alguien tendrá que ejercer las funciones de un presidente más o menos en activo, Cataluña se convertirá en el único país del mundo con tres mandamases: el legítimo, huido a Bélgica; el simbólico, papando moscas en el hemiciclo; y el titular, esperando a ver si le dejan presentarse a las próximas elecciones o si solo está calentándole el escaño a alguien que aún no se sabe quién puede ser. Ya puestos, podríamos crear también la figura del presidente emérito para Artur Mas y la de Gran Gurú de la Catalana Raza para Jordi Pujol, a quien no haría falta ni darle la preceptiva cachaba de patriarca gitano porque ya carga bastón de natural a causa de la edad y los achaques (si acaba en el talego tras su próximo juicio, da lo mismo: se dormita igual de bien en el parlamento que en el catre de la celda). Con cinco presidentes --todos ellos perfectamente inútiles y prescindibles--, Cataluña seguiría siendo una nación sin estado, pero contaría con más líderes políticos que cualquiera de las naciones de verdad y se garantizaría un párrafo a perpetuidad en el libro Guinness de los Récords.
Como las chicas de la CUP carecen del más elemental sentido del humor --empezando por la chica en jefe, que, siendo la pandilla como es, trátase de un señor con barba llamado Carles Riera--, no parecen haber reparado en la evidencia de que nombrar presidente simbólico a Quim Torra resulta redundante, pues simbólica habrá sido toda su (supuesta) presidencia, durante la cual no ha movido un dedo sin pedir consejo a Waterloo, a donde tiene que llamar hasta para pedir permiso para ir al lavabo. Los únicos actos no simbólicos de Torra que nos constan han sido subirse el sueldo nada más acceder al cargo y subirse la pensión cuando vio que la patada en el culo que le iba a propinar la justicia española por desobediente era inminente. Aparte de estas dos cuestiones de tono pecuniario, no hay constancia de ninguna medida política ni de nada parecido a una obra de gobierno. Así pues, difícilmente podrá convertirse en presidente simbólico alguien que ya lleva ejerciendo como tal desde que Puigdemont lo colocó de suplente con la estricta prohibición de colársele en el despacho a desordenarle los papeles.
Cabría preguntarse también qué es lo que simboliza Torra, aparte de la ineptitud, la chulería con marcha atrás, el odio al vecino y toda una serie de lacras que la falta de espacio impide consignar aquí, pero que constituyen lo peor del carácter catalán. Quedo, pues, a la espera de la querella de los bomberos de la Generalitat contra la CUP por apropiación indebida: se la han ganado a pulso.