Siguiendo las instrucciones de su líder espiritual refugiado en Bélgica, el pre inhabilitado Torra ha procedido a sustituir a tres de los consejeros de su, digamos, gobierno. De nada le ha servido a Buch darse de baja del PDECat y mostrar su adhesión inquebrantable al Gran Líder de Waterloo: a la calle y sustituido por alguien más del agrado de Puchi, un tal Miquel Sàmper; Mariàngela Vilallonga (conocida en su Gerona natal por sus detractores con el entrañable alias de Barbie), la mujer que sostiene, a medias con Pilar Rahola, la industria catalana de la laca, ha sido reemplazada por la discreta funcionaria cultural Àngels Ponsa; y la cartera de Economía ha ido a parar a Ramon Tremosa, alguien capaz de ver en Puigdemont un estadista a la altura de Gandhi y que ya se hizo notar en el Parlamento Europeo con sus salidas de pata de banco, siempre en contra del estado que le pagaba el sueldo: destaquemos su oportuna referencia al pisotón que un jugador del Real Madrid le asestó a uno del Barça durante un partido como muestra del maltrato legendario al que España lleva sometiendo a Cataluña desde tiempo inmemorial (solo superado por el del presidiario Romeva sobre unos aviones de la fuerza aérea española que tuvieron el descaro de pasar por encima de Gerona, queja que dejó absolutamente flatfooted a los demás europarlamentarios, que no entendían qué había de reprobable en el hecho de que unos aparatos del ejército español sobrevolaran territorio nacional).
Como se dice en estos casos, ¡vaya tres patas para un banco! Y dos de esas patas, además, incurren en un vicio absurdo que no debería figurar en la agenda de ningún lazi que se respete: Ponsa y Tremosa dedican parte de su tiempo libre a cantar en un coro de góspel. No les acusaré de apropiación intelectual indebida, aunque creo que ser norteamericano y negro ayuda bastante a rendir un digno homenaje sonoro al Señor. Podría ser peor, ciertamente: esos dos podrían ser aficionados al country & western y bailar linedance los fines de semana con sus botas de cowboy, su imitación de Stetson en la cabeza, los pulgares encajados en un cinturón con la hebilla en forma de vaca cornuda y esa sonrisita de satisfacción solo comparable a la de quienes bailan sevillanas. Pese a que ser catalán y dedicarse al góspel o al linedance solo es una manera como cualquier otra de meterse en camisa de once varas y arriesgarse a hacer el ridículo, creo que esos esparcimientos extranjerizantes deberían estarles vedados a los creyentes del lazismo. ¡Cuán censurable resulta el ejemplo que ofrecen Ponsa y Tremosa a nuestra juventud, ya echada a perder en grandes sectores por el rock, el rap, el flamenquito y el reguetón!
Un patriota catalán, dado que necesite satisfacer sus tendencias músico-bailongas, debe conformarse con la sardana, el ball de bastons, las caramelles y los cursos de aprendizaje de la gralla (equivalente seudo musical de las armas de destrucción masiva cuyo sonido, chirriante y grimoso, es ideal para hacer sangrar las orejas de cualquier melómano unionista o melómano a secas). Meterse en cosas de negros espirituales y de palurdos blancos no es lo que se espera de dos pilares de la sociedad lazi como Ponsa y Tremosa: una sociedad que lleva cuatro décadas encajando con estoicismo los voluntariosos quejidos de Big Mama no merece esta propina. Dice el refrán catalán que d´on no n´hi ha no en raja, y es evidente que a los habitantes de este paisito no nos ha llamado Dios por el camino del góspel. Así pues, recomiendo a Ponsa y Tremosa que, por lo menos, hagan como David Bowie cuando se le acusó de apropiación cultural a mediados de los 70, tras publicar su espléndido álbum The young americans. “No puedo hacer música funky porque soy blanco e inglés”, dijo aquel gran hombre. “Así pues, a lo que yo he hecho en este disco le llamo plastic funk”. Quedo a la espera de un término para lo que sea que practiquen los dos nuevos consejeros del gobiernillo local. Aunque algo grosero, creo que Shitty gospel resultaría muy adecuado.