Por favor, que nadie me diga que Quim Torra no se involucra personalmente en el bienestar de sus compatriotas confinados: en un acto de generosidad intelectual sin precedentes entre los miembros de nuestra clase política, el presidente suplente va a poner a disposición de todos nosotros, ¡gratis total!, su trascendental libro El quadern suís, que ya podemos descargar de la red y que aborda la estancia del conducator en Suiza durante los años que trabajó para Winterthur. ¿Quién no tiene ganas de leer --sin apoquinar ni un euro-- las trepidantes aventuras de un agente de seguros catalán en el extranjero? ¡Diversión para toda la familia garantizada!
No sé cuántos ejemplares se vendieron de El quadern suís --descontando a los que se equivocaron de libro cuando pretendían adquirir El quadern gris, de Josep Pla--, pero es evidente que ahora ni los procesistas más roñicas tienen excusas para no leerlo: lo cortés no quita lo valiente, y si el acto de generosidad de Torra va acompañado de un incremento exponencial de lectores, todo eso que se lleva nuestro hombre; la ocasión la pintan calva y, aunque los resentidos de siempre consideren que hay que tener mucha jeta para aprovecharse del coronavirus en vistas a ampliar la propia base de fans, no hay que olvidar que todo escritor aspira a que su obra llegue a la mayor cantidad de gente posible y que, en ese sentido, el inhabilitado presidente de la Generalitat no es una excepción.
De todos modos, yo de él cuidaría un poco más la promoción. Puede haber muchos malos catalanes que no quieran leer el libro de alguien que cada vez que sale por TV3 es para lanzar mensajes apocalípticos sobre las consecuencias de la plaga del momento. Emperrado en el confinamiento total y absoluto como solución a la crisis --lo cual no le impide seguir adelante con las obras públicas de la Generalitat, tal vez porque ha descubierto que los trabajadores son todos charnegos y su posible fallecimiento sería una tragedia muy relativa--, Torra nos recuerda constantemente que vamos directos al desastre si no se le hace caso.
No contento con eso, aparenta disponer de información privilegiada que alarga la catástrofe mucho más allá de lo que sostienen en Madrid: ayer mismo, mientras Fernando Simón decía que igual estamos alcanzando el pico de virulencia viral, Torra aseguraba que, hasta finales de abril, ni hablar del peluquín. ¿A quién creer, teniendo en cuenta que el president es ligeramente cenizo y que al gobierno español le conviene que se olvide rápidamente que autorizó la manifestación feminista y el congreso de Vox cuando ya sabía que empezaban a pintar bastos? Con fuentes tan fiables, uno no sabe a qué atenerse, la verdad, aunque hay que reconocer que Pedro Sánchez, por lo menos, no ha colgado gratis sus memorias en la red para que nos entretengamos.
Debería haber un término medio entre el optimismo patriótico de Sánchez y el siniestro tono apocalíptico de Torra, cuyas terroríficas admoniciones me llevan siempre a pensar que Santiago Niño Becerra, la Voz del Armagedón, le está apuntando desde detrás de una cortina de la Casa dels Canonges. Pero no lo hay. Elija pues el ciudadano a quién hacer más caso. Torra sabe --pues la noticia salió en la prensa-- que el catalán medio se fía más de la administración central que de la autonómica en el tema del coronavirus. O así era antes de que todos podamos leer gratis El quadern suís y nos demos cuenta de que al frente de la Generalitar hay un humanista como la copa de un pino. Lo siento por los que pensaban leer La montaña mágica o En busca del tiempo perdido durante el confinamiento, pero Torra, a diferencia de Mann y Proust, sale gratis.