El juez Santiago Vidal vuelve al tajo. Tras cuatro años apartado del cargo por dedicarse a elaborar la Constitución de un Estado que solo existía en su imaginación calenturienta, mientras seguía cobrando del que pretendía cargarse, se le permite volver a la judicatura, aunque hay muchas posibilidades de que la plaza que le otorguen no esté en su querida Cataluña. Por un lado, la actitud española parece generosa y compasiva, pero por otro, puede ser interpretada como un acto de crueldad mental muy notable: llegar a la jubilación en Albacete o Badajoz suena a siniestra broma del destino para alguien que aspiraba a la independencia de su Comunidad.
El gran Santi ya ha dicho que él preferiría ser un juez de la república catalana, pero que, a falta de pan, buenas son tortas: el caso es seguir cobrando. Si fuese neurocirujano, podría decir que preferiría trabajar en lo suyo, pero como solo le ofrecen una plaza de verdugo, pues habrá que aceptarla. Yo creo que el juez Vidal, si fuese mínimamente coherente, rechazaría la oferta de la judicatura española, que en su caso significa trabajar para el enemigo, y me encerraría en casa --o en un sanatorio mental-- a perfeccionar ese pedazo de Constitución que redactaba en sus ratos libres y que ponía los pelos de punta a cualquiera que no compartiese el ánimo procesista. Pero también es verdad que los suyos no le han ofrecido una manera financieramente eficaz de conservar la dignidad. A diferencia de ese gran escalador social que es Alonso Cuevillas --un hombre que se va a pegar la vida padre hasta que su defendido más famoso acabe en chirona--, al juez Vidal me lo han dejado tirado.
Cuando se hicieron públicas las cosas que iba largando en sus tournées por la Cataluña profunda, los procesistas le ofrecieron un apoyo de boquilla que, en la práctica, equivalía a desentenderse de él y dejar que se apañara con la justicia como buenamente pudiera, ¡cuando lo único que hizo el pobre infeliz fue decir en voz alta lo que a los líderes secesionistas solo se les escapaba en privado! Cuando le cayó la suspensión, podría haber iniciado, con un poco de ayuda, una brillante carrera de agitador, tertuliano y conferenciante, cosa que ha logrado hasta Víctor Cucurull, pero los suyos se apartaron de él como si tuviese una variante especialmente contagiosa de la lepra. ¡Quita, bicho!, ése es el lema que se impuso cuando el visionario de la nueva república pasó a ser considerado un simple bocazas.
Visto lo visto, al juez Vidal no le queda más remedio que volver a trabajar para el opresor. Ya le gustaría a él poder hacerlo para la república catalana, pero entre que ésta no existe y que sus impulsores no quieren verlo ni en pintura, pues habrá que ir pensando en envejecer en Albacete o Badajoz y dar gracias a Dios por la evidencia de que el enemigo, a veces, se porta mejor que el (supuesto) amigo. Todo podría ser peor: al juez Vidal no le falta mucho para la jubilación, cuando podrá volver a Cataluña a cobrar la pensión del Estado que le oprime. Él hubiese preferido otra cosa, pero...