Maria Sirvent, diputada de la CUP, sigue quejándose de que los Mossos d´Esquadra le hicieron pupa en la manita mientras se manifestaba contra el fascismo en su Terrassa natal. Hasta ha colgado una foto de la prueba del delito en la que se le ve la mano con una (pequeña) mancha gris, fruto del impacto de la pelota de espuma que le dispararon los agentes de la represión, y no para de exigir dimisiones, ceses y purgas en la policía autonómica. La señorita Sirvent no alcanza las cotas de auto conmiseración de aquella mujer que, durante el seudo referéndum del 1 de octubre, aseguró que un madero español le había roto los dedos de una mano de uno en uno mientras le realizaba tocamientos en los pechos --no sé ustedes, pero a mí no me salen las cuentas, como que me faltan brazos para tanta actividad--, aunque luego resultó que las lesiones eran ínfimas y que los tocamientos eran puro wishful thinking, pero le está sacando un jugo extraordinario a la pelotita de espuma.

Yo creo que todo activista que se respete debe ser consciente de los gajes del oficio; es decir, de que un madero --nacional o autonómico-- no es un licenciado en Harvard con el que apetezca platicar sobre cuestiones profundas, sino un señor que está para repartir porrazos. Puedo entender las quejas de Roger Espanyol, el músico que perdió un ojo gracias un pelotazo de goma el 1-O, pues quedarse tuerto es un castigo excesivo, aunque previamente te lo hayas pasado pipa arrojando vallas metálicas a la policía. Al amigo Roger, el Régimen le otorgó la Creu de Sant Jordi, pero a la pobre Maria no le presta atención casi nadie. ¿Tal vez porque sus lesiones son incomparables con la desgracia de perder un ojo? Pero ella sigue a lo suyo.

Es una actitud típica de la CUP: ellos pueden reventar actos o enviar al Frente de Juventudes --los borrokas de Arran-- a destrozar la redacción de Crónica Global porque les asiste la razón y están del lado correcto de la Historia; pero si una militante se rompe una uña en unos disturbios, exigen que caigan cabezas de inmediato. Ser de la CUP es estupendo porque tienes todos los derechos y ninguna obligación. Como luchas por la patria y contra el hetero patriarcado, puedes hacer lo que te salga del níspero, ya que todo lo que hagas es, por definición, democrático, mientras que todo lo que hagan los que te caen mal es, también por definición, fascista. Lo de la señorita Sirvent es, además, bastante pueril: los polis malos le han hecho pupita y exige justicia.

¿Con esta clase de personal piensa Carles Riera convertir Cataluña en un infierno para unionistas durante el juicio a los héroes de la república? Si el impacto de una pelota de espuma se le antoja a Sirvent una agresión intolerable, no sé qué dirá cuando le caiga el primer porrazo. ¡Un buen activista tiene que ser más sufrido, criatura! Y el escenario que plantea Riera es de los que prometen, como decía Manuel Manquiña en Airbag, “hondonadas de hostias”. Yo de ella me quedaría en casa: como le pisen el dedo gordo del pie es capaz de exigir la dimisión de Quim Torra. O no, que eso representaría una insólita muestra de sensatez; mejor que fusilen al responsable del desconsiderado pisotón.