Sostienen los anglosajones que, si no puedes decir nada bueno de alguien, no digas nada. Yo solo sigo este precepto cuando se trata de los muertos: por mucho que deteste a Jordi Pujol, nunca se me ocurrirá, si algún día la palma y descubrimos que no es inmortal como Eduardo Punset o Mick Jagger, escupir sobre el fiambre todavía caliente. Los hay que no lo siguen jamás, como ha demostrado el sector más zafio del independentismo ante el fallecimiento del letrado Juan Antonio Ramírez Sunyer, al frente del juzgado 13 de Barcelona y uno de los principales responsables de intentar poner en su sitio a los del golpe de estado post moderno de octubre de 2017. Esa gentuza se ha puesto las botas en las redes sociales a costa del difunto, alegrándose de que la haya diñado y deseándole una vida eterna lo más desagradable posible.
Ni siquiera se escudan en el cobarde anonimato de la red: firman sus exabruptos con nombres y apellidos. Se trata de dejar claro el odio que sentían por el señor Ramírez Sunyer y lo mucho que se alegran de que ya no se encuentre entre los vivos. ¿Qué hace falta ser muy miserable para comportarse así? Sin duda, pero hay que tener en cuenta que en este país se considera libertad de expresión cualquier cosa: un rapero pide que se asesine a guardias civiles en sus ripios, un actor enajenado se caga en la Virgen y todos los santos, un humorista se suena los mocos en la enseña nacional...¡Claras muestras de libertad de expresión! Y quien las considere groserías sin gracia alguna, ya saben, es un facha. Facha será cualquiera (yo mismo) que les diga a los indepes que hace falta ser de una gran bajeza moral para dar saltos de alegría ante la muerte de alguien que no les cae bien.
Aunque también es verdad que, si no se dedican a esas miserias, ¿qué pueden hacer para desfogarse? Poca cosa, me temo. Todos son conscientes, aunque aparenten lo contrario, de que se acabó lo que se daba, de que el prusés es un timo y una ruina, de que el regreso al autonomismo --con ciertas dosis de raca raca en sordina-- es el único futuro posible. Y lo llevan muy mal, claro. De ahí que se les vaya la olla en Twitter: lo suyo es mala baba, sí, pero también impotencia ante la previsible deriva de los acontecimientos. Sus políticos no tienen margen de maniobra si quieren esquivar a la justicia, lo único que pueden hacer es montar organismos inútiles para financiarle a Puchi los mejillones con patatas fritas, soltar bravatas para después envainársela y lanzar amenazas que no pueden cumplir. En el mundo procesista solo rige el derecho al pataleo. Los más optimistas se refugian en las jeremiadas de Agustí Colomines en El Nacional o en los monólogos ardientes de Pilar Rahola en TV3 (sumándose a la corriente de grosería impotente, la Voz del Régimen acaba de enviar a la mierda a Manuel Valls vía Twitter: cuando se tiene clase…). Pero también saben que lo suyo no va a ninguna parte.
Tal vez deberían hacer un poco de autocrítica, dejar de insultar a los muertos y recurrir a Twitter con fórmulas concisas que reflejen a la perfección su estado de ánimo. Personalmente, les sugiero la expresión “Me cago en mi vida”. También tiene su punto de grosería, pero es de una exactitud escalofriante, ¿no creen?