Hay algo entrañable en la CUP en general y en su mandamás, Carles Riera, en particular. Viven en un mundo ficticio que se han construido a su medida y niegan la realidad, que va por otros derroteros. Son un poco como los fans de Star Trek, con la diferencia de que éstos pasan de la realidad porque les gusta más su mundo de ficción, pero ellos pretenden influir en la realidad o, aún mejor, dar por verdaderas cosas que no lo son, como que Cataluña es una república independiente y que lo único que falta es implementar esa independencia, que es como si yo dijera que soy el propietario del palacio de Buckingham, pero que solo me falta llegar a un acuerdo económico con los Windsor.
Ver a Riera decir las cosas que dice es como ver a un tío de mi edad en un concierto de heavy metal meneando la cabeza y haciendo como que toca la guitarra. Tener veinte años y ser de la CUP, vaya y pase, sobre todo si militas en Arran y encuentras sana diversión en destrozar a martillazos los cristales de la redacción de Crónica Global o en aterrorizar a una pandilla de guiris echándoles en el autobús unas bombas fétidas, pero a los sesenta la cosa deviene preocupante. Lo que más me fascina de Riera es la solemne seriedad con la que dice las cosas: es como el conductor que va en dirección contraria, convencido de que son los demás los que se han equivocado de carril. Tú ya le puedes decir que Cataluña sigue formando parte del Reino de España, que él te saldrá con que te equivocas y que, si no quieres admitir que vives en una república independiente, peor para ti.
Ahora el hombre anda rebotado con Chis Torra tras la faena de toreo de salón a la que éste ha sido sometido por Pedro Sánchez. O república o dimisión, insinúan Riera y algunos de sus partidarios. ¡Como si fuese tan sencillo! ¿Pero no ha visto cómo acabó lo de la declaración unilateral, con los conjurados huidos o en el trullo? ¿Qué fórmula mágica ha ideado Riera para la concreción de la república? Ya sabemos que lleva dando la brasa con el temita desde los tiempos de la Crida y que, probablemente, no sabe hacer nada más, pero no me negarán que la suya es una vida muy triste. Entrañable, tal vez, pero triste de narices. En vez de empuñar las armas o callarse de una vez, Riera ha optado por una existencia a medio camino entre la del fan de Black Sabbath y el trekkie, y desde su mundo imaginario hasta se permite decirles a los políticos presos que ni se les ocurra intentar llegar a algún acuerdo con la fiscalía para reducir sus previsibles condenas...
Ya sé que es terrible llegar a la edad del señor Riera con la sensación de haber echado tu vida a los cerdos, pero alguien debería recordarle que la política es el arte de lo posible y no uno de los mundos de Yupi. Debería aprender de su secuaz Vidal Aragonés, el hombre al que le preguntan en una emisora de radio si Torra se bajó los pantalones en su visita a Sánchez y, en vez de aceptar la condición metafórica de la cuestión --damos por hecho que Torra no se ofreció a ser sodomizado por Sánchez ni con el ojete lubricado con ratafía--, nos sale con que no acepta preguntas LGTBIfóbicas. Así se evita problemas y ayuda a Torra a seguir mirando para otro lado cada vez que los gamberretes de Arran hagan alguna de las suyas. Ese chico llegará lejos.