En los juzgados españoles se está produciendo últimamente cierto overbooking de mangantes catalanes de la tercera edad: Millet, Montull, Alavedra, Prenafeta... Y todos llegan a peculiares acuerdos con la fiscalía para no acabar entre rejas: la justicia se conforma, al parecer, con recuperar todo lo posible del dinero que trincaron en sus años de esplendor. Y en esos acuerdos, el ciudadano común no tiene nada que decir: no hay referéndums para preguntar si creemos que los citados delincuentes deben ir al trullo o, en atención a su avanzada edad, dejarlos sueltos con su estigma de corruptos. Los susodichos, además, exageran la fragilidad propia de la edad y hacen todo lo posible para dar un poco de penita, aunque a muchos no nos inspiren ni la más mínima.
La única preocupación de todos ellos es esquivar el talego, y los años que acumulan les echan una manita en esa dirección: parece que ya nadie recuerda sus años mozos, cuando todos, sin excepción, eran de una arrogancia y una prepotencia insufrible y aprovechaban su posición social para forrarse. En sus pactos con la fiscalía se muestran dispuestos a reconocer la culpa y, sobre todo, a arrojar mierda a paletadas en dirección al ventilador más cercano, que es el de Convergència, coincidiendo casi siempre en los mismos nombres: Pujol, Mas, Gordó...
No hay referéndums para preguntar si los ciudadanos creemos que los mangantes deben ir al trullo o, en atención a su avanzada edad, dejarlos sueltos con su estigma de corruptos
Todos esos que ponen cara de yo-no-fui, como diría Rubén Blades, y que siguen bien presentes en la realidad actual y van tirando mientras piensan, digo yo, que el posible juicio les pillará con una edad lo suficientemente avanzada como para llegar a acuerdos con la fiscalía y librarse a su vez de la cárcel. ¿Conclusión que sacamos los ciudadanos de a pie? Que todos van a salirse, más o menos, de rositas. Puede que tan arruinados como O.J. Simpson, pero libres como pajarillos. Aunque sus últimos años sean un tanto precarios, que les quiten lo bailado y lo trincado. Dispuestos a implicar en sus mangancias a Dios y a su madre, aspiran a llegar al final de sus días en casa, con lo justo para caviar y langostas, pero sin tener que compartir celda con algún piojoso.
La gente también suele sorprenderse de la lentitud con la que se producen los juicios. Millet aún no iba en silla de ruedas cuando lo trincaron, y Alavedra no se apoyaba precariamente en un bastón. Ha habido que esperar a que estén en fase de derribo para llevarlos al banquillo, pero con arreglo previo con la justicia para esquivar la cárcel, ese sitio horrible al que solo van a parar los choricillos de poca monta. Y menos mal que Pujol se hizo independentista, que, si no, puede que ninguno de los citados hubiese sido desenmascarado jamás, dada la acreditada tendencia de los gobiernos centrales, de izquierdas o de derechas, a mirar hacia otro lado mientras Papá Pitufo controlaba a la catalana tribu y sus votos eran necesarios para gobernar. Entre unos y otros, ¡vaya tropa!