La Cataluña del dedazo
Los partidarios de la nueva República catalana se comportan últimamente de una manera muy monárquica, nombrando a sus sucesores a dedo y repartiendo cargos sin tener en cuenta la meritocracia. Artur Mas se hizo a un lado por el bien de la patria, pero antes le pasó el cargo al alcalde de Gerona, Carles Puigdemont, quien a su vez le legó el suyo a un tal Ballesta, que nadie sabía muy bien quién era porque no se había distinguido especialmente en nada.
Hasta Xavier Trias, que ya no es alcalde de Barcelona, designó a Joaquim Forn como su hipotético sucesor. Me temo que cuando Barack Obama dijo lo de Yes, we can no se refería a esto, pero nuestros nacionalistas lo entendieron de manera literal y parecen dispuestos a hacerlo todo porque pueden, sin hacer el más mínimo esfuerzo por disimular un poco.
Envían a Mascarell de embajador a Madrid y ponen la sanidad en manos de Toni Comín: ambos se hicieron independentistas de la noche a la mañana y eso hay que premiarlo
El nuevo Govern actúa igual. Hay que premiar de algún modo a los tránsfugas, así que envían a Mascarell de embajador a Madrid y ponen la sanidad en manos de Toni Comín: ambos se hicieron independentistas de la noche a la mañana y eso hay que premiarlo.
Lo primero que ha dicho Comín es que el problema de las listas de espera solo se soluciona con la independencia; así que, hasta entonces, más nos vale a todos no tener que pasar por el quirófano. Y si la diñamos mientras nos llega el turno, pues ya lo sabemos: la culpa es de España. Mira que el hombre lo tenía fácil para mejorar la obra de su predecesor, Boi Ruiz --al que el Astut fue a buscar al maravilloso mundo de las mutuas para que le ayudara a cargarse de una vez por todas la sanidad pública--, pero en vez de ponerse a trabajar, ha optado por la ciencia ficción. Eso sí, nada más ocupar el cargo, ha recurrido al dedo de premiar y ha fichado al hijo de Guillem d'Efak, que andaba un poco perdido desde que salió de la agencia literaria de Carmen Balcells.
En el departamento de agitación y propaganda, claro está, el dedazo también se impone. Ahí tenemos a Saül Gordillo al frente de Catalunya Ràdio, aunque lo que realmente merece es el premio Santo Job a la paciencia por haber transcrito las profundas conversaciones de Oriol Junqueras con Justo Molinero en un libro, sin duda, apasionante.
Para TV3, la cosa está entre Vicent Sanchis y Pepe Antich, entre un genuino creyente y un genuino arribista. Si me dieran a elegir --cosa altamente improbable--, me quedaría con el primero porque le gustan los cómics, es un tipo agradable en la distancia corta y, aunque es un hombre del Régimen, no va por ahí mordiendo a los que no lo somos.
Supongo que la meritocracia llegará también con la independencia, pero durante la transición, aunque sea eterna, con el dedazo vamos que chutamos.