¡Presidenta, presidenta!
Yo creía que para presidir un parlamento --nacional o autonómico-- hacía falta firmeza, sí, pero también ciertas dosis de diplomacia, ecuanimidad y mano izquierda. A Carme Forcadell, presidenta virtual del Parlamento catalán, le sobra firmeza, pero carece de todo lo demás: no en vano es una fanática encerrada con un solo juguete, la independencia de la patria (chica). Para ese cargo también es mejor contar con ciertas luces y con una carrera política más que digna, pero esos tabúes ya nos los cargamos en la era Benach.
La propuesta surge de ERC, partido en el que impera un sentido de la lógica muy particular que incluye, por ejemplo, enviar a Madrid a Joan Tardá, un señor hirsuto y colérico que apenas habla español y que es capaz de resumirles un asunto a los periodistas de la capital --¡lo he visto con mis propios ojos!-- con la para ellos incomprensible frase "lo más caliente está en la aigüera". Pero ya se sabe que en ERC medran los fanáticos y los energúmenos, así que no debería sorprendernos el destino que le han buscado a la señora Forcadell.
La presidencia del Parlament, además, ya se convirtió en un cargo de partido gracias a Núria de Gispert, quien, abducida por la fe del converso y tras haber estudiado catalán por correspondencia, dedicó sus mejores esfuerzos a hacer callar a quien se le ponía de canto (por regla general, algún despreciable colono de Ciutadans o el PP).
Se trataría, digo yo, de mejorar las cosas, pero ésa nunca ha sido una prioridad de ERC, así que preparémonos --en cuanto a Baños le parezca bien-- a ver a la señora Forcadell dando unos mazazos del copón cada vez que se le subleve un unionista... si es que no opta por arrojarle el martillo a la cabeza o, directamente, levantarse, ir a por él y propinarle unos sopapos. Aunque, si de lo que se trata es de convertir el Parlament en un gallinero infame, Carme Forcadell es, sin duda alguna, la persona ideal para presidirlo.