Dicen que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Yo añadiría que los intentos de prohibirla son casi igual de antiguos, y que nunca han llevado a ninguna parte porque la ley de la oferta y la demanda es implacable: mientras haya gente dispuesta a pagar por sexo --y no parece que se trate de una especie en vías de extinción--, habrá quien alquile su cuerpo para llegar a fin de mes. El último intento de prohibición del sexo de pago lo ha protagonizado Jaume Collboni, que pretendía eliminar este asunto de la actividad barcelonesa. Y luego se quejará el PSC de la pérdida creciente de votos en las elecciones, pues con ideas tan peregrinas como ésta no se va a ninguna parte. Ese tema hay que dejárselo a las chicas de la CUP, que ven violaciones donde no las hay y esclavitud sexual donde solo se da un acuerdo económico entre adultos, un trueque de sexo por monises.
Claro que existe la esclavitud sexual, y las mafias, y un montón de gentuza que se lucra con la prostitución, pero eso son asuntos sociales y, sobre todo, policiales, como el tráfico de drogas, donde también se impone la ley de la oferta y la demanda, un mundo que comparten el yonqui más tirado y el respetable ciudadano que se fuma un canuto por las noches, para pillar mejor el sueño. La prohibición de la prostitución chocaría, además, con la libre elección profesional, con las mujeres que no son víctimas de ninguna mafia, que pasan de mantener a un chulo y que, voluntariamente, se alquilan por horas para el disfrute de hombres solteros, casados o tan poco atractivos que solo pueden acceder a las alegrías del sexo pagando.
Ya sé que también es una propuesta muy vieja, pero, ¿no sería mejor regular la prostitución y, ya puestos, legalizar las drogas? Las mafias desaparecerían como por encanto. Las prostitutas realizarían su declaración anual de la renta y tendrían derecho a una pensión cuando su cuerpo ya no suscitara el mismo interés que en su juventud. En vez de una inmensa e incontrolable nube de dinero negro, Hacienda tendría acceso a una millonada que ahora se está perdiendo por pura moralina. Lo mismo pasaría con las drogas legalizadas. No hay dos adictos iguales. Hay quien se engancha a algo y no para hasta que la diña y hay quien controla el consumo, de la misma manera que ocurre con el alcohol, donde conviven los borrachos recalcitrantes con los que se atizan un lingotazo de vez en cuando. El Estado podría controlar las drogas como controla el tabaco. Podría hasta imprimir en las papelas de heroína la foto de un yonqui reventando en directo (la moralina nunca desaparece del todo y proporciona una excusa para el lucro). Las sustancias estarían menos cortadas, estarían sometidas a un control médico y serían menos peligrosas para los incautos. Hay gente capaz de comprar cocaína para el fin de semana --junto a las cervezas y el vodka-- sin echar su vida a los cerdos de manera inevitable. Como la hay quien visita a una prostituta una vez a la semana y no por eso acaba como Emil Jannings en El ángel azul.
Que, a estas alturas, el PSC crea que es posible una ciudad exenta de prostitución es para preocuparse por el futuro del socialismo en Barcelona. Menos mal que, por una vez en el consistorio barcelonés y sin que sirva de precedente, el rechazo a la propuesta de Collboni ha sido de lo más lógico y natural. A ver si cunde el ejemplo.