Los socialistas intentan mantener el equilibrio en el ojo de un huracán que, igual que los puede mantener en la Moncloa, podría arrojarlos a una esquina de la política española. Sánchez I, que indudablemente es un tipo afortunado, cuenta con suficiente baraka –aquella expresión que popularizó Felipe González– como para resurgir de las cenizas y aprovechar a su favor los interludios que ofrece el ballet del poder. De la misma forma, no parece tener excesivos escrúpulos: cambia de opinión sin despeinarse, por ejemplo en relación al desafío constitucional de los soberanistas en Cataluña, para los que desde hace meses tiene un indulto preparado en caso de que los acusados del prusés no queden contentos con su sentencia.

Este sábado verbalizó en Barcelona sus planes: resistir hasta 2020. Estrictamente, no se trata de una noticia. Desde que en la moción de censura dejara en la más absoluta incertidumbre la fecha del fin de esta extraña legislatura, que comenzó con Rajoy, todos sabemos que la obsesión del presidente es perdurar a cualquier coste, incluida la coherencia. Sánchez cree que cuanto más prolongue su permanencia en la Moncloa –hurtándole a los ciudadanos el derecho a elegir– más opciones tendrá de consolidarse. No sólo en el Gobierno, sino también en el partido, donde las primarias que le ayudaron a reconquistar Ferraz sólo fueron un paso inicial. Para consolidar aquella victoria necesitaba consumar el dominio de facto toda la organización socialista. Esta tarea aún está por hacer.

El modelo de partido del sanchismo, que diluye el poder de los barones a cambio de otorgárselo a los militantes de base, reduce el papel de los intermediarios pero no es un sistema infalible. Básicamente porque buena parte de los electores orgánicos no se mueven por ideología, sino por interés, réditos y canonjías. El plan del líder socialista consiste en aguantar todo el tiempo posible, haciendo concesiones a los nacionalistas y navegando junto a Podemos. Y para conseguirlo necesita aprobar unos presupuestos. O, al menos, que lo parezca. De ahí que las nuevas cuentas de 2019 incrementen las inversiones en Cataluña de acuerdo a una cláusula estatutaria que no era de obligado cumplimiento, pero que es el puente táctico con el que Sánchez quiere comprar tiempo a los independentistas.

La oferta es simple: más dinero a cambio de una visa que, como mínimo, le permita empezar la tramitación de las cuentas y, si hubiera un viento propicio, lograr también su validación con el argumento de que el PSOE es un mal menor para los soberanistas en comparación con la hipotética mayoría PP-Cs-Vox que ya pronostican algunas encuestas, y que en Andalucía se hará realidad este miércoles. No es un relato sin fisuras, pero sí suficientemente verosímil para terminar cumpliéndose.

Sánchez no quiere ni puede convocar las elecciones. Enfrente tiene, alzándose desde la nada, la ola electoral de las tres derechas, un tsunami que puede arruinarle sus sesiones de surf. Su intención es dilatar el calendario hasta calibrar –en las municipales y autonómicas de mayo– cuál es exactamente la situación electoral. Dependiendo de lo que ocurra entonces, tendrá más datos para averiguar cuál es el mejor momento para revalidar con votos el poder logrado por vía parlamentaria.

Sólo hay un problema en esta hoja de ruta: Andalucía. La derrota de Susana Díaz aleja la posibilidad de que vuelva a articularse una corriente de contestación interna dentro del PSOE. Su caída contribuye además a fortalecer el poder del secretario general, pero no le garantiza una paz infinita. Tampoco despeja del todo el camino del control absoluto de la organización. El sanchismo está preparando el asalto a Andalucía no tanto por venganza por el cuartelazo de Ferraz, que también, sino porque si no toma ya el mando del PSOE andaluz sus opciones en las elecciones locales y autonómicas serán peores que ahora.

Necesita renovar el PSOE de Andalucía para que el giro conservador que se ha producido en el Sur no lastre sus opciones dentro de un año, suponiendo que logre permanecer ese tiempo en la Moncloa. Y tiene que hacerlo antes de las municipales. La operación que apartará a Susana Díaz y a su guardia de corps de la dirección del PSOE regional ya está dibujada, a falta del cuándo. La expresidenta de Andalucía no sólo se niega a aceptar una salida pactada, sino que hace unos días se autoproclamó, en un indudable gesto napoleónico, candidata para dentro de cuatro años. Que habrá guerra civil no lo duda nadie. Que el sanchismo tiene todas las opciones de ganarla, tampoco. El problema es temporal: una victoria tardía en la lucha por el PSOE en el Sur  puede terminar siendo el principio de una posterior derrota estatal. Los surfistas, para cabalgar sobre el mar, deben saber aprovechar la ola.