El delirio soberanista tiene dos rasgos básicos. En primer lugar goza del poder --por fortuna pasajero-- de que sus creyentes más entusiastas consideren que tienen el derecho a que sus autoficciones se conviertan en una realidad colectiva con rango jurídico. En segundo lugar su método operativo --la ensoñación-- se basa en una inquietante sentimentalidad, que no es lo mismo que la sensibilidad, cuyo término suele concretarse en un recurrente interés patrimonial. Así, el cuento de la identidad diferencial --tan vaporoso-- termina en el registro de la propiedad en una carambola conceptual increíble. Lo vimos en los célebres cuadernos de Jové, donde la discusión sobre la pertenencia al pueblo elegido se substanciaba --igual que en el ritual de la misa católica-- en el control de capitales, la creación de tributos patrióticos y una extensa lista de bienes confiscables en beneficio de la causa. Siempre es igual: quien empieza apelando al corazón termina metiéndote la mano en el bolsillo.

Ocurría en la fase álgida del desafío independentista, un golpe de Estado en toda regla, y ocurre también ahora que los sondeos señalan, a pesar de los resultados electorales del 21D, resultado de la famosa ley electoral ¡española!, un descenso de casi ocho puntos en las filas de quienes ansían la creación de una república catalanufa. Véase el caso de Anna Gabriel, la portavoz (colegiada) de la CUP, huida a Ginebra --el dominio de Calvino-- para no comparecer ante la justicia por su participación en el prusés. Tras confirmarse que adopta el mismo camino de Puigdemont, que es la huida geográfica de la realidad, en los últimos días la hemos visto con una nueva imagen que señala el inicio de una nueva era para los partidarios de la algarada: aparentar que no son los diablos que dicen que son, sino buenos chicos.

Deberían empezar por dejar de inculcar actitudes fascistas entre sus cachorros --los niños de papá de Arran-- antes de dejarse crecer el flequillo, pero por algo se empieza. Aunque en Europa el hábito no siempre hace al monje: la mejor demostración de urbanidad que existe es acudir ante un juez que requiere tu presencia, no largarse a hacerse la víctima apelando a una falta de libertad que no existe. El problema de España no es que no exista libertad, sino que éste es un país de chiste donde casi nada funciona como debería, empezando por la gestión de los problemas esenciales. Gabriel ha dicho --en un francés estupendo-- que le gustaría dar clases de Derecho en Suiza, la patria del secreto bancario y de los capitales opacos. No parece un destino muy contestatario para alguien que se considera antisistema.

En los últimos días hemos visto a Anna Gabriel con una nueva imagen que señala el inicio de una nueva era para los partidarios de la algarada: aparentar que no son los diablos que dicen que son, sino buenos chicos

Suiza, mayormente, es una nación de orden: acoge a buena parte de la jet set europea y a notables hombres de negocios. La líder de la CUP, cuyas raíces familiares proceden de la industria de la minería, ha cambiado de sector: ahora se dedica al business político, lucrativa actividad --si encuentras universidades que te la paguen-- cuya máxima consiste en predicar y quedarse (en lo posible) con el trigo ajeno. No sé si se han fijado, pero el exilio de Gabriel es todo un monumento a la libre iniciativa. Primero creas un producto: la independencia es posible por la vía unilateral. Después le pones una etiqueta nominal: el prusés, primero; el mambo después. Más tarde configuras un mercado potencial: la comunidad soberanista, tu fiel público. Y finalmente les pides --solidariamente-- que te apoyen como heroína de la patria fracasada mediante aportaciones voluntarias de dinero que te permitan sobrevivir en Suiza, uno de los países más caros del mundo. Parece el temario de una escuela de emprendimiento: cómo crear un mercado (de ilusos) y exprimirlos (a tu favor).

Que entre la muchachada de la CUP se le llame al asunto caja de resistencia --a razón de 3.500 euros al mes-- viene a ser mayormente exótico. A veces el marketing de guerrilla requiere hacer sacrificios semánticos. Lo que en realidad está haciendo Gabriel es convertir la revolución de las sonrisas en un crowdfunding particular para vivir de los devotos. El maestro Ramón de España ha escrito que quizás se ha desengañado y, tras sacudirse el inmenso peso de la patria inventada, ha decidido comenzar a vivir en Suiza como una persona normal. Puede ser. Nosotros nos inclinamos por otra teoría: la portavoz de la CUP en realidad se ha hecho empresaria. Su negocio antes era la independencia. Ahora consiste en ser ella misma para poder vivir (lo mejor posible) de su estampa. Es una buena chica. Y necesita hacer caja.