El otro día, Xavier Vidal-Folch escribió uno de sus afilados artículos dedicados al actual presidente de la Generalitat. El resumen de su tesis ocupa menos de media línea: no ha hecho literalmente nada. Es difícil discrepar de este análisis de un (otro) año perdido. Sin embargo, la provocación estaba en el título: “Quim Torra no existe”. El problema para el país es que sí existe, ocupa plaza y título de Molt Honorable, pero no ejerce, al menos como presidente.
Pronto nos quedaremos sin palabras para referirnos a la parálisis del gobierno de Torra, se agotarán los calificativos que nos permitan mantenernos en el ámbito de la crítica respetuosa y educada para quienes rigen las instituciones catalanas. Este escenario se intuye inevitable y preocupante, porque Torra existe, y además está creando escuela del mal gobernante. No hay que desesperar de que en algún momento se manifieste alguna voz discrepante desde el propio Consell Executiu ante tanta ligereza política y abandono de la acción de gobierno. En algo hay que creer para no caer en el desánimo más absoluto.
De Torra sabemos que sufre por la situación de cárcel de los dirigentes independentistas, como tantos miles de catalanes, aunque se desconoce qué está haciendo para ayudarlos realmente, salvo lamentarse y tener ideas propias del siglo XVII insinuando a Pedro Sánchez que se salte la división de poderes para liberarlos por decreto. Y ya no sabemos nada más, solo que no estamos ante un holograma y que a cada conseller sustituido le sucede uno o una de tanta o mayor levedad política que el propio presidente.
Meritxell Budó, por ejemplo. La nueva portavoz del gobierno está haciendo buena a su predecesora Elsa Artadi. Su atasco con el castellano quedará para la hemeroteca. Sin embargo, quedará para la antología del ridículo su intento de análisis irónico sobre la transcendencia de la designación de Josep Borrell como nuevo míster PESC de la Unión Europea. Para disimular el disgusto oficial instalado en el Palau por la promoción de uno de los más acérrimos adversarios del separatismo al despacho del coordinador de la política internacional de los socios de la UE vino a decir esto: el nombramiento será positivo, si sirve para colocar la crisis catalana en el centro del debate europeo.
La ironía es para irónicos, porque puede tener efectos secundarios no deseados. En este caso, contraproducentes con una línea argumental machaconamente repetida para aliento de los seguidores más crédulos. Después de meses oyendo a Carles Puigdemont, Quim Torra, Alfred Bosch y a otras tantas voces del movimiento independentista asegurar que la internacionalización del conflicto era cosa hecha, que en el Parlamento europeo no se hablaría de otro asunto, que no hay cancillería que no tenga el dossier catalán en el montón de expedientes a resolver cuanto antes mejor, ahora resulta que toda esperanza de que “la crisis catalana dejará de ser una cuestión interna” está puesta en Borrell.
Pues vaya con la perspectiva que se le presenta al gobierno Torra. Tantas horas empeñadas en infravalorar los múltiples posicionamientos de portavoces de la UE, todos en la misma línea --el conflicto de una parte de los catalanes con el Estado español es asunto interno del país--, como para que ahora, la consejera Budó venga a sumarse frívolamente a la tesis de los contrarios. Y todo por querer evitarse un posicionamiento sincero ante la promoción de Borrell, un auténtico desastre para el discurso de la Generalitat, no porque éste vaya a tener ninguna responsabilidad relacionada con Cataluña, sino porque demuestra que España no pierde fuerza en la UE, sino que recupera posiciones perdidas desde hace años, y que además un catalán no soberanista protagoniza dicha reactivación. El mensaje de los Estados europeos al independentismo está en la propia designación de Borrell.
En algún momento, algún dirigente independentista tal vez reconozca haber tenido un mal día, como el martes, y que sus planes no funcionan como quisieran y pretenden hacer creer. Esta esperanza de reconocimiento de la realidad, aunque sea adversa, es válida para cualquier gobierno y gobernante, por supuesto, incluso para Pedro Sánchez, tan ensimismado por su éxito electoral que todavía tiene pendiente resolver su investidura. En el caso de la escuela Torra, ya no nos puede sorprender casi nada, salvo que siga ahí.