El day after de la toma de posesión de Pere Aragonès fue como si, inmediatamente después de la constitución de una sociedad, tu socio hace un desfalco. Es una forma inédita de autoridad. Así actuó la CUP, con sus diputados --aliados preferentes de ERC-- encabezando la manifestación contra un edificio propiedad de fondos buitre --sea eso lo que sea, más bien un mantra antisistema--, lanzando botes de pintura y cualquier otra cosa contra los Mossos, cuya función consiste en preservar la ley y el orden en nombre de la Generalitat. También justificaron la okupación de la sede de ERC que lidera Aragonès.
Un presidente de tanta irrelevancia política encarna milimétricamente el indecible fracaso del procés. Ahora el secesionismo pretende escribir el epílogo que justifique cómo prologar otro procés, hipotéticamente más posibilista aunque esté predestinado a otro fiasco. Con tanto maximalismo maquillado o retórico --“ho tornarem a fer”-- no puede esperarse un giro razonable del independentismo, ni la benéfica desinflamación que teóricamente sustenta la opción de los indultos. El independentismo logrará que el indulto sea reinterpretado como amnistía arrancada al Estado, del mismo modo que las sentencias contra la sedición y la malversación convirtieron a los convictos en “presos políticos”. Incluso si la decisión se basase en el intento de cohesionar y no en intereses políticos, de congratular a las gentes de buena voluntad que en Cataluña desean esos indultos, si incluso el indulto parcial tuviera fundamento --algo que rechaza el Tribunal Supremo--, ¿hay elementos para dar por hecho que indultar tendrá un efecto de desinflamación en quien vive de inflamar, de practicar el victimismo e ignorar el Estado de Derecho?
La concesión de esos indultos pudiera dejar maltrecho y cuarteado a un PSOE que ha sido uno de los dos grandes estabilizadores desde la Transición. Lo mismo puede ocurrir si se regresa a una mesa de diálogo sin normas aunque ERC diga acudir con voluntad pragmática. Ni su idiosincrasia histórica ni el miedo a que la CUP o JxCat les llamen traidores permitiría que los dirigentes de ERC encaucen efectivamente la renuncia al unilateralismo y que, en su caso, el referéndum que proponen sea siempre en el marco explícito de la Constitución. De otra parte, ¿qué mejores mesas de diálogo existen que el Congreso de los Diputados o el Parlamento Eutonómico?
La desinflamación del conflicto --que no es entre Cataluña y España, sino entre el nacionalismo y el Estado, entre el independentismo y la realidad plural-- quizás fuese factible, más que con indultos, recuperando una sólida y legítima presencia del Estado en Cataluña y con una respuesta políticamente activa y articulada de esos millones de ciudadanos catalanes que quieren lo mejor para su comunidad, conscientes de que eso no se conseguirá con la independencia sino todo lo contrario: es decir, la vía autonómica. De nuevo, el espíritu del 78.