En su ganas por machacar a la monarquía y enviar una vez más al infierno del oprobrio público al rey emérito, Pablo Iglesias ha vuelto a meter la pata hasta el fondo cuando a preguntas del periodista Gonzo en el programa Salvados de la Sexta se reafirmó en que el rey Juan Carlos es un “fugado” y, en cambio, Carles Puigdemont un “exiliado”. Lo que se supone que hizo el anterior jefe del Estado será todo lo éticamente reprobable que queramos, pero llamarle “fugado” son ganas de dar por supuesto muchas cosas, empezando por suponer que ha huido (anticipadamente) de la acción de la justicia cuando todavía no ha sido llamado a declarar. Una cosa es sumarse al clima de condena general ante la falta palpable de ejemplaridad en las finanzas del anterior jefe del Estado, y otra es un juicio de intenciones inaceptable por parte de quien es vicepresidente segundo del Gobierno. Pero lo peor no es eso, sino que para subrayar su condición de corrupto acabe haciendo de Puigdemont un héroe romántico cuando considera que “se ha jodido la vida para siempre por sus ideas políticas”. Un héroe que, además, es un exiliado, al parecer de Iglesias, cuya situación es comparable nada menos que a la de los exiliados republicanos españoles por la dictadura franquista, afirmó explícitamente al ser preguntado por Gonzo.
Es curioso que quien pretende encarnar la tradición republicana y quiere hacer del republicanismo un proyecto de cambio político acabe pisoteando la memoria y el sufrimiento de los cientos de miles de exiliados republicanos al equiparar las andanzas del “vivales”, que diría Albert Soler, con todos ellos. No solo es que su dolor no tenga nada que ver, pues mientras Puigdemont vive plácidamente en una mansión en Waterloo, es eurodiputado y recibe todo tipo de atención mediática, decenas de miles de exiliados republicanos acabaron en campos de concentración, entre otras muchas penurias. Es que al hacerlo acaba poniendo en el mismo plano a una cruel dictadura, que en los primeros años aplicó una política de exterminio del enemigo, con una democracia plena como la española por muchos defectos que tenga. Esa comparación tan odiosa, que supone una banalización del exilio republicano, ha levantado una profunda indignación entre las asociaciones de memoria histórica, los familiares de las victimas de la represión franquista y de cualquiera que tenga un mínimo respeto hacia un legado que no se puede trivializar. Es la demostración de la impostura política y ética de los que pretenden adueñarse del republicanismo como reclamo electoral.
Iglesias no es tonto y la pregunta es por qué ha cometido ese error de bulto cuando podía haber disparado balones fuera sin mezclar churras con merinas. Hay dos explicaciones, una circunstancial y otro de fondo. La primera es su afán por cargar contra la monarquía y el rey emérito, de quien le importa subrayar en todo momento que se ha fugado por ser un chorizo, aunque a renglón seguido apostille “en el caso de que sea cierto”. Y como contrapunto convierte a Puigdemont en un héroe porque, en lugar de robar como el rey, “se ha jodido la vida por sus ideas”. ¡Pobrecito!, viene a decirnos, se ha equivocado, pero lo ha hecho por ideales y merece respeto político, aunque no se compartan sus formas, mientras Juan Carlos solo se ha ganado la deshonra de los españoles.
La segunda explicación es que para Iglesias los delitos ideológicos, los que se hacen contra la Constitución, le parecen excusables porque él también ha elucubrado más de una vez, particularmente en los inicios de su andadura política, con dar un golpe contra el llamado régimen del 78, que ha sometido a todo tipo de descalificaciones. Robar está mal, pero joder la vida a los demás como hicieron los líderes del procés por fanatismo político, es excusable y merece un pasaporte a la fama. No olvidemos que los podemitas asistieron con fascinación y envidia a las sucesivas demostraciones de fuerza del separatismo, a su hegemonía discursiva, y alabaron la “revolución de las sonrisas”. Es la raíz peronista de Podemos, reivindicada públicamente por el propio Iglesias en Argentina, con personajes tan importantes en la formación como Pablo Echenique o Gerardo Pisarello. Si ellos hubieran dispuesto de la fuerza del procés, también habrían intentado petarse la Constitución. Y si a esa falta de cultura democrática le añadimos la dañina influencia del sector soberanista de los Comunes, concretamente de Jaume Asens, que ayudó a Puigdemont en su huida y le puso en contacto con el abogado Gonzalo Boye, el crucigrama se completa con la palabra papanatismo. Esa es la actitud que sigue profesando una parte de la izquierda frente a las tropelías de los nacionalismos hasta el punto de insultar a la memoria del exilio republicano sin pestañear.