La 'locomotora negra' de los hermanos Gili, una empresa-band en las arterias del Jazz
Los Gili han puesto en marcha la Fundació Privada de Jazz Clàssic para que la labor de divulgación siga más allá de su orquesta
16 mayo, 2021 00:00No hace tanto que La locomotora negra, la mejor band del jazz español, decidió despedirse de los escenarios en el Palau de la Música de Barcelona, en plena 52 edición del Voll-Damm Festival de Jazz. Se cumple medio siglo de la constitución de La Locomotora, una institución musical creada por Ricard Gili y sus hermanos --hijos del impulsor de Hot Club y apóstol del jazz en España-- una empresa familiar dedicada a la creatividad musical, sin ánimo de lucro, pero empresa al fin y al cabo, movida por la influencia del siglo afroamericano, en las boîtes de Harlem, en las plataformas neoyorkinas en Canal Street de Manhattan, en Nueva Orleans, en el París de Montmartre y naturalmente en la Barcelona del Jamboree. En los últimos años, los Gili han montado la Fundació Privada de Jazz Clàssic para que la labor de divulgación siga más allá de su orquesta. Gili y el clarinetista Oriol Romaní son dos de las caras más visibles del “hot” que se sigue haciendo hoy en Barcelona, aunque sea minoritario. Ambos han compartido festivales y jams con grupos como la New Orleans Blue Stompers o All Stars. La complicidad les ha conducido a un imponente trabajo discográfico, Revolutionary blues, con temas de los años 20, 30 y 40, que no deja a nadie indiferente. Para los hermanos Gili, la mejor producción de su carrera ha sido Originals, porque cobijó la “expresión de nuestros solistas”. Pero todos añaden al unísono que, desde la visita en 2008 al camerino del Palau del crítico norteamericano Stanley Crouch, el combo de los Gili ha tenido en mente su última aportación discográfica: La Locomotora Negra 50 anys, con grabaciones inéditas desde los 80 hasta hoy.
La banda de jazz 'La Locomotora Negra' en 'Portraits & Potscards' / LALOCOMOTORA
Además de compositores e instrumentistas, los Gili son exploradores de espacios musicales casi desconocidos para muchos. De su mano, los aficionados al jazz han podido a situar a Wynton Learson Marsalis, trompetista y arreglista, abanderado del neoclasicismo, resumen de la mezcla entre el swin y el behop; conocer además el gran trabajo que dejó el trompetista Terell Stafford o enriquecer su oído con el enorme Cyrus Chesnutt, pianista, compositor y productor discográfico. Los Gili han sido embajadores minoritarios de artistas de la talla de Nicholas Payton, trompetista de Louisiana o Joshua Redman, el gran saxo californiano influido por John Coltrane. Durante décadas, los escenarios catalanes del jazz han reproducido las grandes partituras de aquellos saxos míticos, representados en el cine de Michael Curtiz, que aparecían en la pantalla como niños autodidactas elevados a la categoría de genios en lúgubres tugurios; y digamos ya que, gracias a Ricard Gili, las visitas a Barcelona de algunos de estos músicos precoces y de otros ejemplos menos dramáticos han sonado igual de bien o mejor.
Al lado de la Escuela de Cine de Barcelona
Los cinco hermanos y sus íntimos sonaron desde sus principios en la vivienda de los Gili-Vidal en la que, un domingo al mes, Gili padre reunía a sus amigos y conocidos para exponer sus descubrimientos; eran audiciones comentadas de vinilos, que empezaron a llamarse Audiciones de La Locomotora negra, porque conciliaban las dos aficiones del progenitor: los trenes eléctricos a escala y el jazz. Con el tiempo, la nueva generación abandonó su pequeño escenario en el centro de la ciudad y trasladó la percusión, la guitarra acústica, la trompeta y los saxos o los teclados a otra vivienda familiar, mucho más espaciosa, situada en la carretera de Sarrià para convertirla en el laboratorio experimental de cinco décadas de creación. Allí nació el grupo y actualmente aquel espacio sigue funcionando como estudio-archivo. Los Gili recuerdan que poco tiempo después de sus primeros conciertos debutaron en la Cova del Drac, en plena fiebre de Tuset Street, todavía en los segundos sesentas cuando la Escuela de Cine de Barcelona lanzó el relato crítico y complejo de directores, como Jacinto Esteva y Gonzalo Suárez. Finalmente, los Gili acabaron utilizando la célebre Cova como local para sus ensayos.
Ya en los ochentas, la misma escalera marmolada del Palau de la Música, en la que Pau Riba recibía a cantantes de blues, le sirvió muchas veces a Ricard Gili para presentar de manera siempre íntima a compositores descollantes, apenas conocidos entre nosotros. Ambos, los entonces jovencísimos Riba y Gili, fueron nuestros músicos mestizos, capaces de abrir la percepción de un público más ansioso y más amplio. Cuando todavía los conservatorios aprisionaban la libertad utilizando el mismo vibrato cálido del violín o cuando Bach, Mozart, Beethoven, Chopin o Debussy se ofrecían con el mismo sonido delicadamente hermoso, la música contemporánea podía mostrarnos el valor de la discontinuidad unida a la melodía.
Gracias a la música negra, la puerta de Barcelona abrió la percepción de los paladares más exigentes, dispuestos a encontrar un nuevo sentido, más allá del repertorio tradicional. Desde los albores de la pasada centuria, compositores como Bartok o Stravinski lucharon para abrir un tiempo nuevo y si algo lograron fue encarrilar el jazz y el pop, sin complejos, hasta los umbrales recónditos de los conservatorios. Estos últimos, que se habían apolillado convertidos casi en refectorios, ante el altar del romanticismo sinfónico.
Vivir sin profesionalizar la empresa
Ricard Gili, arquitecto de profesión y músico vocacional, es la pulcritud. Su vida en el arte empezó en sus años de bachiller en la Escola Laietana, fundada por el pedagogo Alfred Perenya, bajo el estandarte simbólico de la Cofradía Virtelia. Su empuje pasional se concretó en el Eixample, dispuso de un espacio que hasta cierto punto le sirvió de garaje para amortiguar los sonidos de la trompeta y la percusión. Su guía fue siempre Duke Ellington, cuya desaparición en 1974 coincidió con el éxito germinal de Locomotora. Justo entonces empezaba la aventura emprendedora de los Gili; solo era una reunión de pequeños genios de familias acomodadas, mordidos por el diente de una cobra que siempre ha defendido la música negra.
La locomotora negra ha querido ser una expresión inequívoca de una batalla que va desde los derechos civiles de Luther King hasta el reciente Black lives Matter, arrancado tras la muerte de Trayvon Martin. “Nuestra actitud ha sido y es de respeto por una gente oprimida, como son los negros norteamericanos, que mediante su música conquistaron el corazón del planeta”, remarca con decisión el líder de este combo irrepetible. La tribu del jazz se extrañó al principio de que un grupo local se aventurara en la música lejana de los campos de algodón atravesada y reconvertida por la exhalación del rock and roll. Pero los Gili grabaron pronto con el músico de Alabama, Gene Connors. Y a partir de ahí se erigieron en resistencia frente al consumismo desaforado de música extrema; defendieron un género muy intenso en una etapa del siglo XX marcada por lo que ellos consideraron a veces un exceso de sucedáneos y en ocasiones una amalgama de cruces de culturas musicales, que perdían su pureza original. Con el tiempo, Locomotora decantó el impulso de otros que se han ido profesionalizando a partir de sus gustos musicales, como La Vella Dixieland o la Barcelona Jazz Orquesta de Dani Alonso.
En el largo trayecto de medio siglo, los Gili encontraron compañeros de viaje como Tete Montoliu, amigo de Duke y de Thelonius Monk, el pianista catalán más laureado que tocó con Lionel Hampton y recorrió el mundo acompañando acompañando a Kenny Dorham o Dexter Gordon, entre otros. La nostalgia de los Gili puede quedar enmarcada en la memoria de espectáculos en los que participaron, como Hom amb blues, de Montanyès o El Duc a Barcelona, homenaje a Ellington, con los mismos acompañantes que habían atestado el Romea junto al maestro supremo del piano y la composición. El primogénito de los Gili y sus hermanos escogieron profesiones como dedicación laboral, pero sin abandonar nunca la música; su opción amateur desperdició una empresa de éxito asegurado, pero les ha permitido vivir sin peajes los mejores años de la fusión barcelonesa entre géneros.