Ripoll revela los misterios del fuego. Es la ciudad de la Farga Palau, una de las grandes fundiciones que levantaron la siderurgia en los años de nuestra Revolución del Vapor. Le feu catalán, como lo llamaron los historiadores franceses de la Escuela de los Anales, germinó hasta llegar de la fundición moderna. La vieja villa prepirenaica fue la capital del hierro y hoy, una de sus hijas predilectas, Teresa Jordà, para no desmerecer --supongo-- rememora la edad del mismo metal, a golpe de opiniones retardatarias. La consejera de Agricultura y exalcaldesa de Ripoll por ERC señala los frutos de la tierra y de la cabaña --la leche, la cerveza y la uva fermentada-- para exorcizarlos, como si fueran mejunjes de Salem.
La consejera piensa en colocar sobre la mesa de nuestros hijos la leche de vaca sin tratar para disfrute de la manada microbiana que nos invade; así comprobaremos que se cumpla --¿no?-- la selección natural de nuestra especie. Esgrime el éxito de la cerveza de El Empordà, con el anagrama de Fuck Spain (que te jodan España), para evitar, espero, la exageración etílica de la parroquia; y, finalmente, lanza dictados contra las compañías de cava, Freixenet, Codorniu o Jaume Serra, a las que hace responsables de reventar los precios de mercado y convertir el espumoso catalán en un simple low-cava. “Y así, no podemos ir por el mundo”, inquiere la Jordà
No sé si su indicación sale de las cuevas de Zugarramurdi o de los autos de fe de Torquemada, que condenaban a injerir líquidos naturales para curar la insana tradición de mezclar el agua y el vino. De lo que no cabe duda es de su naturalismo, rayano en el poder de las flores sobre lechos de nardos y margaritas. Jordà tiene esta cosa de los republicanos, que han pasado de nois de poble (en el sentido positivo que lo ha utilizado Victoria Camps, filósofa y consejera del Consejo de Estado) a modernos sin gusto. Les cautiva el peinado texturizado, el engagement indumentario sin pasar por la dieta preceptiva y les chiflan los restaurantes de Guia Michelin, con dinero público.
Jordà es expansiva en el trato. Cae bien, pero su opinión no tiene desperdicio. En su subconsciente anida el pairalisme catalán de Batiste i Roca, el hombre que fue la voz continuadora del obispo Torres i Bages (La tradició catalana) y que encumbró un pensamiento autoritario basado en la voluntad del padre o como quiso llamarlo Barrés, el “culto a los muertos y a los antepasados”. Barrés combinó la tradición con la formación del espíritu nacional, mientras que Batista y Roca negó a Primo de Rivera padre con los argumentos autoritarios de Primo de Rivera hijo. El historiador Ucelay Da Cal ha buceado en el fondo del pairalisme hasta referenciar el pensamiento de Batista en el manifiesto La Palestra, que fue firmado en su momento por Pompeu Fabra, Ramon Abadal, Lluís Nicolau d‘Olwer, Jaume Aiguadè o Manuel Carrasco i Formiguera, el protomártir de la antigua Unió Democràtica (UDC). En los años de la Transición, el racialismo --un eufemismo malo de racismo-- estuvo presente en parte del despertar nacionalista; entroncó con el Doctor Robert y encajó con el ex presidente de ERC, Heribert Barrera, partidarios ambos de una genética catalana.
Jordà no ha pasado por el “desencantamiento”. Se mueve en el mundo oscuro de las emociones. Pertenece a la élite dominada por las tendencias plebiscitarias y refrenditas, el éxtasis de los nefastos esquemas binarios. Es hija del desorden populista; vive en la desmesura de un ejecutivo sin rumbo; en la debilidad de una función pública sin rendición de cuentas. Sus camaradas solo se fortalecen a través del temor a lo que ellos llaman el Estado autoritario.
Ripoll fue cuna siderúrgica y sindical; allí, en talleres arrebatados a las imponentes ladera, se consolidó la primera CNT anarco-sindicalista del frentismo, bajo el lama “clase contra clase”. La ciudad, cruce de ferrocarriles aportó la Farga Palau al fuego catalán de Campdevànol, Camprodon o el Figaró. Pero la fundición se apagó, en la segunda mitad del XIX, con el arancel de la Revolución Gloriosa del general Prim, que abrió el Sexenio liberal.
Además de su pasado industrial, Jordà vindica el núcleo románico de Ripoll como parte de la Cataluña milenaria; las criptas y el claustro de la basílica o de espacios a cielo abierto, frente a los cauces del Ter y el Freser; y frente al imponente Puigmal, inmortalizado en la conocida cruz de hierro clavada en su pico con la inscripción, tota la terra que el meu cor estima, aci es veu en serres onejar, escrita por el autor de Canigó, el gran poema épico de la lengua catalana. En cuanto a lo paisajístico y evocador, no puedo estar más de acuerdo; pero ojito a lo que nos metemos por el gaznate. Ya entiendo los gustos de la señora Jordà y los respeto porque la desaparición de las preferencias es totalitaria. Pero también le digo, desde la humildad, que no cumple con las funciones centrales del cargo público como la seguridad alimentaria (lo de la leche de vaca sin tratar es un insulto a la inteligencia mínima) y la aceptación de que la praxis institucional es función de las aspiraciones de los ciudadanos, no de las suyas.
A veces, el calor de la historia te inflama las meninges. Eso ocurre en la misma puerta de Santa María de Ripoll, el monasterio fundado por el mismísimo Wifredo, en cuyo interior, el abad Oliva consagró una iglesia normanda, reconstruida no hace tanto por Elies Rogent. Está visto que, cuando se te viene encima, la arqueología te convierte en estatua de sal.