Un subidón y puerta; un brote al volante y adiós carrera política. Cuando le paró la pasma, Alex Pastor no se dio cuenta de que había entrado en una miniaturización de la realidad. Lo que le ocurrió al ex alcalde de Badalona es parecido a lo que le pasó a Esperanza Aguirre, pero sin pasar por la barra del bar de la esquina. Ella, sobria y muy digna, le soltó a la Urbana un “no sabe con quién está hablando”, después de dejar el coche de través, en la puerta de su casa, en una zona peatonal del centro de Madrid. Y ya se sabe que a la ex presidenta de la Comunidad se le perdona todo por zalamera, aunque tenga las santas narices de afirmar aquello de “yo descubrí la trama Gürtel y lo denuncié”. Un envalentonamiento similar al de Espe, lo tuvo también Pilar Rahola, cuando en plena campaña electoral, la grúa se le llevó el coche; ella montó un pequeño pollo en el depósito de Badalona -¿no sabe quién soy?- y se empeñó en recuperar el vehículo sin pagar la sanción.
A los socialistas, el caso Pastor les ha pillado por sorpresa y, como es bien sabido, ya no cuentan con la contribución de Salvador Illa, el secretario de Organización, traje oscuro, camisa blanca y zapatos de tafilete, que ahora repite atrezo como ministro de Sanidad. Hay tradiciones que pesan y el PSC ha contado siempre con auténticos puntales en su Secretaría de Organización. Hombres de espalda ancha, como Josep Maria Sala; sabios corredores de fondo, como Montilla (que fue primer secretario, Ministro de Industria y president de la Generalitat); pacientes como Joan Rangel e impacientes como José Zaragoza.
Nadie esperaba que a Pastor le saliera lo pantera (así le llaman en México a la chulería) cuando le dieron el alto; será porque lleva dentro la mácula del cargo sin pensar en el encargo; pensó en lo que es, no en quien le hizo ser lo que es. El mando es una deuda contraída con todos, especialmente la vara de alcalde, que emana del principio de subsidiaridad. En todo caso, Badalona ha sido siempre un examen de aptitud para los socialistas. Allí mandan, con el permiso de García Albiol, el ex pivote en las categorías inferiores de la Penya (el Joventud); en fin, mandan con aquella cosa del socialismo-nacionalista, que siempre deja tirada la ideología a causa de la patria; y tienen de aliada a Dolors Sabater, el sacrosanto derecho a decidir, la ambigüedad dolor de muelas. La ciudad costera es una plaza complicada, seriamente tocada por una moción de censura y con unos últimos resultados electorales inequívocos: García Albiol (11 diputados), PSC (6) y Guanyem (4). El espigado se lo lleva de calle a pesar de su xenofobia y su modelo de convivencia de farcellet y sardana, alegre perdición de los coros y danzas, con mesa petitoria para las colonias.
En 2015, los socialistas se pegaron el gran tortazo (sacaron 4) y ahora aspiran a refundarse bajo la estela del concejal Rubén Guijarro. Lo tienen mal. Badalona no tiene la convicción de L’Hospitalet, el feudo de Nuria Marín, heredera universal de un tal Celestino Corbacho, que fue ministro de Industria. Tampoco tiene la propensión mediopensionista de Terrassa, la ciudad de Royes y de Pere Navarro, el Efímero, un político de morro fino y carácter templado. Ni tiene los altibajos de Sabadell, con cinco años de penitencia después de Manuel Bustos, un manirroto, hijo putativo del pesuquero Antoni Farrés. Ni la irregularidad de Santa Coloma, el ex trono de Bartomeu Muñoz, un seis-dedos, amigo de Prenafeta, Alavedra y Luigi (Luis García). Muñoz acabó en el trullo por meter el cazo en los tejemanejes de los convergentes, su dichoso 3% y la insoportable levedad política de unos discursos tan cargados de simbolismo como faltos de honestidad.
Hubo un tiempo en el que los llamados Capitanes del cinturón de Barcelona mandaban. Gobernaban ciudades de gran densidad, urbanismo difícil, y un mucho recorrido por delante, en términos de integración social y cultura. La canana roja coincidió con el socialismo noble de los Obiols, Serra, Maragall y compañía y con la etapa de los grandes alcaldes en las capitales de provincia: Quim Nadal en Girona, Antoni Siurana en Lleida y José Félix Ballestero en Tarragona, las tres joyas del territorio ahora tomadas por indepes descalzos, como Madrenas, Pueyo y Ricomà. La caída ha sido enorme.
Los asuntos municipales fueron el gran cometido de la izquierda, que en 2015 no bajó más enteros gracias al baile que se marcó Iceta en uno de sus mítines. En2019, el PSC recuperó el resuello y ha ido retomando ciudades difíciles, como Castelldefels, la ex Castefa-pepera, pegada al urbanismo ugly, modelo Beverly Hills. También gobierna plazas como Viladecans, el feudo de Carlos Ruiz, un edil rampante que no para quieto y tiene cargo en el Comité Federal del PSOE.
Pero ya no es lo mismo. Los mimbres han cambiado y los cachorros del socialismo democrático catalán están lejos de la influencia de sus mayores. Los nuevos saben donde están por definición, no por convicción; tienen una conciencia ubicua de la realidad, como los dos peces jóvenes que nadan en una dirección dentro de una pecera y se cruzan con un pez grande, en dirección contraria. El pez grande les pregunta ¿Qué tal chicos? ¿Cómo está el agua? y los peces pequeños se preguntan ¿Qué demonios es el agua? El escritor Foster Wallace utilizó esta historieta con sus alumnos para explicarles que lo más sencillo y evidente se oculta a nuestros ojos. Ocupamos el centro de un medio que debería alimentar los valores de democracia, tolerancia, solidaridad y desarrollo.
Ante el traspié de Pastor, el PSC reaccionó con enorme rapidez: baja del partido y de sus cargos. A la mañana siguiente, Alex dimitió, como alcalde. Puede que el percance haya sido un aviso. El confinamiento y la presión política no se llevan bien, como puede verse en la lamentable reiteración de peleas en el Congreso. Además, en la corona industrial, es más difícil gobernar en medio de un paro galopante y en pleno descalabro industrial.
El relanzamiento está en mantillas y lo mejor tal vez pasó. Es el ocaso de los Capitanes.