Es uno de los nuestros. Quien otrora fuera un execrable machista, racista, xenófobo y homófobo se ha convertido tras su victoria en alguien respetable, discerniendo entre sus abominables "formas" y un "contenido", la de su acción de gobierno aún desconocida, invocando para ello los cien famosos días de gracia que todo gobernante tiene al iniciar su mandato. Donald Trump ha sido acogido con una cordialidad rayana en el entusiasmo mal disimulado entre la corte de palanganeros habituales del régimen catalán, practicantes habituales del sexo oral con el poder, y la intelligentsia serbo-catalana que, ante las dificultades de arriar la bandera de España de Capitanía, han decidido tomar el Ateneo Barcelonés, que siempre es mucho más descansado.
Hay algunas coincidencias notables, tal como han señalado sagaces periodistas. Así, por ejemplo, el uso del Twitter para ejercer de líder taumaturgo como hace Puigdemont o que en su discurso de investidura proclamase como base de su política "América, primero", que es un plagio del eslogan de la campaña de Jordi Pujol de 1999 con su "Cataluña, primero". Por si ello no fuera suficiente, Artur Mas recibió la victoria con indisimulado entusiasmo dado que "parecía imposible que ganase, pero ha ganado, y digo esto porque a ojos de muchos, aquello que a veces parece imposible acaba resultando posible". Una frase calcada de la que pronunció la líder de la extrema derecha francesa, la señora Le Pen: "Ha hecho posible lo que era presentado como imposible".
El independentismo es una forma de populismo nacida mucho más por las consecuencias de la crisis económica del 2008 que por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto
El independentismo es una forma de populismo nacida mucho más por las consecuencias de la crisis económica del 2008, con la laminación de las clases medias catalanas y la quiebra del Estado del bienestar por los recortes de los gobiernos español y catalán, que por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto, presentada con interesada miopía como el Deus ex machina de todo lo ocurrido. El común denominador del populismo son las constantes apelaciones al pueblo sin intermediarios, que igual que Trump, efectuó Artur Mas, por ejemplo en las elecciones del 2012, cuyo eslogan era "la voluntad de un pueblo".
Sin embargo, quizás, lo más relevante sea que la victoria de Trump ha representando a ojos de muchos indepes la derrota de sus propios enemigos, de sus verdaderas bestias negras: los progres y más concretamente los pijo progres catalanes. Los que creen en la multiculturalidad, en el derecho a existir de Palestina, en la prensa que destapó el Watergate, que votan a Ada Colau, que creen que Artur Mas es igualito a Trump cuando aseguraba que en Cataluña no cabe todo el mundo, que se oponen a otra caza de brujas del senador McCarthy en Hollywood, que son "políticamente correctos"... Todos esos perdieron con Hillary Clinton porque, como sentencia Pilar Rahola, "alguna culpa tienen Obama, Hillary Clinton y los demócratas en el éxito de Trump". Alguna culpa tendría la República de Weimar en las victimas de Holocausto, ¿no? Pero como recuerda Chantal Delsol, "después del nazismo, los europeos acabaron por comprender la virulencia y la eficacia de las palabras, al darse cuenta de que Hitler había acabado por ejecutar lo que tantos otros habían requerido con sus deseos. Desde entonces sabemos que las palabras no son inocentes". Pero, ¿de verdad lo sabemos?