Un año más, el informe del CAC sobre anuncios navideños de juguetes constata cómo los estereotipos de género siguen determinando la forma en que juegan nuestros niños y niñas. Mientras los anuncios dirigidos a ellas promocionan muñecas y juegos de imitación relacionados con el cuidado de su aspecto, ellos protagonizan los de acción y lucha. Ellas se pintan las uñas y se miran al espejo envueltas en colores pastel o en rosa. Ellos construyen o conducen vehículos. Se ofrece a nuestros niños y niñas un mundo simbólico donde los niños lideran y las niñas son las únicas que desempeñan los roles relacionados con la maternidad y el cuidado de las personas.

Es difícil no preguntarse si como sociedad estamos luchando de forma efectiva para eliminar los roles de género y un modelo de organización que hace a las mujeres más pobres y más vulnerables. Las cifras en Cataluña son tozudas. Un 74% de los contratos a tiempo parcial corresponden a mujeres. Es así porque no se les ofrece otra opción pero también porque los recortes en guarderías y dependencia se han traducido en que han sido ellas las que han tenido que dejar de trabajar. El 97% de las personas que reconocen que trabajan a tiempo parcial en Cataluña porque deben cuidar de niños, enfermos o personas mayores, son mujeres.

Esta situación se traduce en menos ingresos, menos posibilidades de ascender a cargos de responsabilidad y menos cotización para la jubilación, en definitiva, en más pobreza. A pesar que están mejor formadas, sufren más paro y más precariedad laboral porque siguen encargándose de los cuidados, del trabajo doméstico, del apoyo a la familia, de forma gratuita. Como reivindicaba el lema de la primera huelga feminista del 8 de marzo, aquellas labores imprescindibles que permiten que se mueva el mundo pero sin cobrar.

Luchar contra la desigualdad entre hombres y mujeres pasa no sólo por combatir la brecha de género sino también la brecha de los sueños de la que depende que nuestras niñas sueñen con ser ingenieras o científicas en vez de princesas decorativas o amas de casa. Y que nuestros niños se visualicen cuidando de sus hijos e hijas, haciéndose cargo del trabajo doméstico en términos de igualdad.

En su libro Love in the Time of Communism, Josie McLellan analiza cómo la división de Alemania durante la Guerra Fría derivó en dos modelos distintos de abordar las relaciones sexuales y afectivas entre hombres y mujeres. Mientras en la parte Occidental, el capitalismo fomentó los roles de género tradicionales, en los que el hombre ejercía como proveedor mientras la mujer permanecía en casa encargándose de los cuidados y las labores domésticas, en la RDA, la incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral, acompañada de políticas encaminadas a promover su independencia y la corresponsabilidad, derivó en formas distintas de relacionarse emocional y sexualmente. Una y otra vez a lo largo de los años noventa, la población del Este expresó su convicción en encuestas y estudios que su vida afectiva y sexual a su lado del telón de acero había sido más auténtica y placentera.

Avanzar en la igualdad no sólo es necesario para acabar con la discriminación que sufren las mujeres y las niñas. Es indispensable para crear relaciones más sanas y satisfactorias entre ambos sexos. Los cambios legislativos, las sanciones a las empresas, las declaraciones institucionales en días señalados, no serán efectivas hasta que cambiemos nuestra forma de pensar. Y esto comienza en nuestra infancia, cuando jugamos e imaginamos en que nos gustaría convertirnos. Como dice la consellera del CAC, Carme Figueras, en su cuenta de Twitter, este informe pone de manifiesto que al segregar a los niños y niñas a través del juego, les segregamos para la vida. Tenemos que trabajar no sólo para que las niñas se vean más azules y los niños más rosa sino para que cada uno de ellos y ellas pueda elegir libremente su color.