Durante los últimos años, el independentismo ha tenido movilizada a su gente con un relato que contrarrestaba un sueño irrenunciable (al que se llegaba fácilmente) con una realidad horrorosa en la que no se podía vivir. Ni una realidad ni la otra eran ciertas. La primera porque no se puede separar el país con la misma facilidad con la que se separarían las piezas de un puzle que se acabara de montar. El Brexit nos muestra a pequeña escala de lo que estamos hablando, ya que es incomparablemente más complicado separar Cataluña de España que Inglaterra de la Unión Europea.

No se trata de analizar únicamente desde cuándo España es un Estado nación, con Cataluña en su seno, ni del sentido de pertinencia de los catalanes. Cataluña, al igual que cualquier comunidad humana, lleva siglos interaccionando con su entorno, con el que han existido sinergias y conflictos. Esto ha generado un sinfín de mutuas dependencias culturales, económicas, legislativas y emocionales que no se pueden romper sin generar graves perjuicios colectivos. Por eso, este tipo de procesos de separación sólo son viables si claramente se huye de situaciones humanamente insoportables, en que lo desconocido se considera una situación en la que sea prácticamente imposible empeorar las situaciones que se quieren evitar: guerras, persecuciones, genocidios, Estados totalitarios y más. No es nuestro caso. Ni siquiera está por demostrar si realmente existiría alguna ventaja en la separación. Más bien parece lo contrario: los costes serían enormes para los catalanes y el resto de españoles, y difícilmente recuperables en el lapso de vida de la generación protagonista.

El hecho de que haya una parte importante de la población a la que le haga ilusión tener un Estado gobernado por personas con un único sentido de pertinencia, no justifica que se someta a la mayor parte de la población a renunciar a cosas que también considera importantes. Ni siquiera creo que sea ético someter a la población a un estrés inacabable con una amenaza de separación permanente, como la que hemos padecido durante años. Amenaza que en nuestra situación carece de sentido.

Acepto que existan catalanes que tengan esta ilusión desde los 8 años, como Oriol Junqueras. Igual que acepto las creencias religiosas de otras personas. Sin embargo, si para conseguir una ilusión se pone gravemente en peligro el bienestar de otras personas, no creo que nadie tenga el derecho a infligir ese sacrificio a los demás para conseguirlas. En nuestro caso, las víctimas no necesariamente son los independentistas que han corrido riesgos a sabiendas de hacerlo. Quizás los que no los somos hemos sido sus víctimas, por haber sufrido estrés por sus actos, por habernos tenido anclados en el conflicto permanente y la amenaza de la división, porque en el camino se han perdido confianzas de amigos y familiares. Todos, hemos sido víctimas de la inestabilidad y el desgobierno que han provocado.

Cuando la política se basa en acentuar el conflicto con el adversario, tal y como hace el independentismo, resaltando sus defectos y exagerando los bienes a conseguir, se corre el peligro de generar dinámicas indeseables sin conseguir los objetivos. De la exageración y la teatralización en forma de farsa, se puede llegar al esperpento si la situación se alarga. En vez de ensanchar la base independentista, se puede conseguir lo contrario de lo que se pretende: la pérdida de la credibilidad necesaria para que el mensaje se interiorice. En nuestro caso, además de haber conseguido el esperpento, y de haber empezado a perderse la credibilidad, la táctica seguida por los partidos independentistas, intentar acentuar el conflicto para ensanchar la base independentista, les ha llevado a una situación en que ya son incapaces de hacer nada que beneficie a la población y sí mucho que la perjudique. Léase presentarse a las elecciones para no gobernar y dinamitar las instituciones desde dentro, léase negarse a aprobar presupuestos que benefician a los ciudadanos o negarse a nombrar senador a una persona que representa otro partido político importante en Cataluña, que simplemente sustituye a otro senador del mismo partido.

CDC, Junts Pel Sí, PDeCAT, Junts per Catalunya, en su largo recorrido en busca de su propia razón de ser, ya se ha situado en el esperpento y desde hace tiempo ejerce de dinamitero. La CUP lleva en su propia razón de ser “darle la vuelta al sistema” y ERC desde mucho antes ha ejercido este tipo de “política” (entre comillas). Ciertamente, ERC nos tiene acostumbrados a intentar dinamitar ocasiones en las que claramente sus posiciones podrían haber ayudado a mejorar la vida de los catalanes y del resto de españoles: negándose a hacer campañas en favor de la aprobación de la Constitución Española del 78, que significaba el paso de una dictadura a una democracia; la petición de voto en contra o abstención en los referéndums de los Estatutos de Autonomía, en el segundo habiendo participado en su elaboración, lo que significaba una apuesta clara por la descentralización; saltándose unilateralmente la ley y victimizándose a medida que reciben las consecuencias de ello, como si ellos tuvieran el privilegio divino de incumplirlas; ignorando desde el Parlament de Catalunya el sentir y la manera de pensar de más de la mitad de los catalanes, afirmando reiteradamente que la mayoría de los catalanes desean la independencia; negándose al diálogo que no pase por conseguir en su totalidad sus propios objetivos; o propiciando que Puigdemont no convocara elecciones y a cambio declarara unilateralmente la independencia. Una guindita más es negarse a votar a Iceta como senador, por primera vez en la historia de nuestra democracia. Esto representa negarle a otro partido el derecho a tener su propio representante en el Senado.

Aunque sólo sea para estresar más a la sociedad, ERC se vuelve a colocar claramente como partido dinamitero. Cada vez que los demás queremos ejercer nuestro derecho a la democracia, los dinamiteros ejercen para impedírnoslo. Los conoceréis por sus actos y sus promesas incumplidas, solo hay que poner en el mismo cesto todo lo que a través de la historia los ha caracterizado: el boicot a cualquier iniciativa que mayoritariamente pueda beneficiar a los ciudadanos. Tiene que ser lo que ellos digan. Su misión: dividir y enturbiar el ambiente, caiga quien caiga.