En 1998, el partido socialdemócrata ganó las elecciones y Schröder sustituyó a Kohl como canciller alemán. En herencia recibió una economía anémica, pues en el trienio anterior el aumento promedio del PIB solo ascendió a un 1,4%. Las principales causas fueron el agotamiento del modelo de capitalismo renano, la moderación del gasto público y una moneda sobrevalorada respecto a la mayoría de las divisas europeas.

Dos años después, los problemas se agravaron debido a la explosión de la burbuja especulativa de las empresas puntocom y al inicio de la senda alcista de los precios de la mayoría de las materias primas, especialmente del petróleo y el gas natural. Dos adversidades que afectaron notablemente a la industria, su principal pilar, y a su capacidad exportadora.

El primer factor privó a la economía mundial de su motor más potente, pues EEUU cayó en recesión en 2001 y el incremento medio de su PIB en los dos ejercicios siguientes (2,3%) fue notoriamente inferior al observado en el lustro precedente (4,3%). El segundo redujo la competitividad de sus productos, ya deteriorada en la década anterior por la sobrevaloración del marco.

En 2002 y 2003, Alemania sufrió una recesión, la tasa de desempleo durante algunos meses superó el 10% e incumplió uno de los principales criterios de convergencia, pues en ambos ejercicios el déficit público excedió del 3%. La deficiente situación económica, las decepcionantes perspectivas y unas encuestas desfavorables llevaron a Schröder a dar un giro de 180 grados a sus políticas. Un ejecutivo formado por socialdemócratas y verdes abandonó el keynesianismo y adoptó un modelo neoliberal.

Las nuevas medidas recibieron el nombre de Agenda 2010. Con ellas, el gobierno favorecía al sector privado en detrimento del público, buscaba dinamizar el mercado laboral y efectuar una devaluación interna a través de la reducción de los salarios de una parte de los trabajadores. En síntesis, pretendía la disminución del gasto gubernamental mediante la rebaja de las prestaciones sociales y la generación de una abundante mano de obra barata con la creación de los mini-jobs.

No obstante, el principal cambio tuvo un carácter estratégico. Los políticos aceptaron perder una sustancial parte de su capacidad de decisión y trasladarla a los dirigentes corporativos más importantes. Una cesión nada oculta, sino muy visible. La imagen pública de la Agenda 2010 fue Peter Hartz, amigo personal de Schröder, director de recursos humanos de Volkswagen y cualificado representante de la élite empresarial del país.

Desde la aprobación de las nuevas medidas, los dos grandes partidos nacionales supeditaron los intereses del país a los de su industria, pues pensaban que, si esta obtenía elevados beneficios, Alemania iría muy bien. En la práctica, los principales políticos se convirtieron en marionetas en manos de los dirigentes empresariales más destacados. Unos daban la cara, los otros tomaban las decisiones más importantes.

En las elecciones de 2005, Merkel superó en votos a Schröder y se convirtió en canciller. No obstante, las políticas económicas del nuevo gobierno fueron similares a las adoptadas por el antiguo. Nada extraño, dado los elogios efectuados por la primera, una vez derrotado el segundo, a sus reformas estructurales.

La principal novedad consistió en el estrechamiento de los lazos políticos, económicos y comerciales con los países del Este. Para los dirigentes empresariales, el nuevo Eldorado estaba allí, siendo el Oeste cada vez más una vieja gloria. El primer paso ya estaba dado, al conseguir los gobernantes alemanes una rápida integración en la Unión Europea (2004) de ocho de las antiguas repúblicas comunistas. En 2007 entrarían Rumanía y Bulgaria.

El segundo tenía como objetivo establecer una relación privilegiada con Rusia y convertirlo en un socio preferente, aunque no formara parte del club europeo. Constituía una petición expresa de las grandes empresas nacionales, pues veían en el país eslavo un magnífico mercado para sus exportaciones, un gran proveedor de materias primas y un suministrador barato de gas natural. El último era una aspecto esencial para hacer muy competitiva a la industria radicada en Alemania.

El tercero buscaba conseguir un gran flujo comercial y de inversiones con los países del Sudeste Asiático, especialmente con China. Para los ejecutivos alemanes, la anterior área era la más dinámica del mundo, una magnífica proveedora de componentes (por ejemplo, microchips) y un mercado cada vez más relevante por el continuado aumento del poder adquisitivo de una significativa parte de la población.

El flujo comercial tenía una doble dirección. Alemania exportaba bienes finales de calidad e importaba productos semielaborados baratos. La división de la cadena productiva en múltiples partes y el magnífico funcionamiento de la logística internacional permitían a sus compañías obtener un gran ahorro de costes.

El carril de las inversiones era casi unidireccional. Las empresas alemanas construían nuevas fábricas en el Sudeste Asiático y cerraban una parte de sus instalaciones en las naciones desarrolladas. Las principales deslocalizaciones no afectaban a Alemania, sino a otros países europeos, especialmente a los del sur de Europa donde antaño el coste de la mano de obra había sido muy bajo.

En algunas ocasiones, las factorías clausuradas en los últimas naciones eran más competitivas que las homólogas alemanas, pues producían más barato. No obstante, para evitar en el país teutón un amplio rechazo de la población al nuevo modelo de capitalismo, sus ejecutivos prefirieron eliminar las situadas en el extranjero.

En términos macroeconómicos, el enfoque adoptado tuvo éxito. Consiguió impulsar el crecimiento, disminuir la tasa de paro, lograr el mayor superávit comercial del mundo respecto al PIB e impulsar la actividad de la industria alemana en el país y en el extranjero. El edificio construido lucía resplandeciente y era objeto de la admiración mundial.

Sin embargo, tenía unos cimientos sumamente endebles, pues para seguir en pie necesitaba un perfecto funcionamiento de la globalización comercial. En la actualidad, esta se encuentra en el hospital, su estado es muy grave y tiene muchas posibilidades de fallecer. Los acontecimientos políticos, económicos y sanitarios de los dos últimos años han sido un gran revés para ella.

Para volver a ser lo que fue, en los próximos ejercicios deben cumplirse tres condiciones: un liderazgo mundial incontestable por un parte de un país, numerosos mercados libres de restricciones comerciales y una gran confianza de los directivos empresariales en la fiabilidad de la cadena logística internacional. En los siguientes años, es sumamente probable que ninguna de las tres se dé.

El primer requisito está descartado, pues el mundo se ha dividido en dos bloques. Por un lado, están EEUU y Europa y, por el otro, Rusia y China. El segundo es muy improbable, pues para evitar el creciente descontento de su población, los políticos de los países desarrollados van a poner más trabas a la deslocalización de sus empresas. Por esta, entre otras diversas razones, el proteccionismo resurgirá con fuerza en los próximos años.

El tercero está muy afectado por los problemas de suministro de múltiples productos observados en los países desarrollados durante los dos últimos ejercicios. Por tanto, numerosas empresas multinacionales, sin necesidad de ser presionadas por sus gobiernos, deslocalizarán una parte de su producción desde los países asiáticos a las naciones donde se consumen masivamente los bienes o hacia las próximas a ellas.

En definitiva, Alemania no posee una crisis coyuntural derivada del gran aumento del precio del gas natural y la disminución del suministro de Rusia, sino estructural. La clave de su éxito en el pasado fue el gran provecho obtenido por sus empresas de la globalización comercial y especialmente de los estrechos vínculos económicos establecidos con el país eslavo y el más poblado del mundo.

Los lazos con el primero están rotos por la invasión de Ucrania y con el segundo deteriorados por la división del mundo en dos grandes bloques. Por tanto, el modelo de capitalismo generado por las medidas conocidas como Agenda 2010 ha perdido su utilidad. De manera urgente, el país teutón necesita sustituir aquel por otro, siendo este un proceso que no se consigue de un día para otro, sino que requiere bastante tiempo. Por eso, en la actualidad Alemania es el enfermo de Europa.