El Congreso de los Diputados, vacío
Ahora más que nunca, consenso
"Junto al hedor que desprenden los casos de corrupción que van estallando día a día se observa un irritante desprecio al sentido institucional"
Llevamos años padeciendo, primero en Cataluña y ahora en el conjunto de España, una situación de deterioro institucional galopante. El populismo guía, en mayor o menor medida, las actuaciones de los principales actores políticos, provocando una polarización que crispa claramente la convivencia, como acaba de poner de manifiesto un estudio de la organización More in Comon.
Junto al hedor que desprenden los casos de corrupción que van estallando día a día (y que implican nada más y nada menos que al portavoz socialista en la moción de censura al Gobierno de Rajoy y al negociador con el prófugo Puigdemont), se observa un irritante desprecio al sentido institucional que quiero subrayar, porque es posiblemente el ejemplo más nítido de cómo están saltando por los aires las costuras del pacto de la transición.
No se guardan las más mínimas normas del decoro especialmente exigible a quien goza de responsabilidades públicas. Las sesiones parlamentarias son insufribles. Desde diferentes fuerzas políticas, incluidas las que integran el Poder Ejecutivo, se ataca, de forma visceral, a jueces y medios de comunicación.
Cuesta diferenciar entre la portavocía del Gobierno y la del PSOE. El Ejecutivo da marcha atrás a una reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial (emprendida por él mismo) para así poder nombrar como magistrados del Tribunal Constitucional a un exministro y una exasesora de Moncloa.
Se normaliza y defiende sin rubor gobernar prorrogando presupuestos sin ni siquiera presentar al Congreso unos nuevos, como mandata claramente la Constitución. El presidente Sánchez proclama la inocencia del fiscal general del Estado, nombrado por su Gobierno, antes de que se conozca la sentencia del Tribunal Supremo que finalmente lo ha condenado por revelación de secretos.
Cuatro ministros son, a la vez, candidatos del Partido Socialista en Andalucía, Aragón, Comunidad Valenciana y Madrid, siendo habituales las batallas campales entre miembros del Gobierno de España y de los autonómicos, por intereses puramente partidistas. Se hace política constantemente con víctimas mortales de diferentes catástrofes o lacras sociales.
Los ejemplos serían infinitos y se podrían extender al ámbito autonómico si bien el gran circo nacional ha logrado casi eclipsar lo que allí/aquí sucede, excepto en situaciones tan sangrantes como la dana o los cribados de cáncer de mama, que han llevado, como acabo de apuntar, a hacer política con los dramas personales. Recordemos a Rufián mostrando a la exconsejera valenciana Salomé Pradas la cuerda a la que supuestamente se había aferrado una niña antes de ser arrastrada por la riada.
En definitiva, un lodazal en el que conviven fanatismos varios, debidamente aderezados con la inseparable mala educación que los caracteriza. Y una perspectiva desoladora en la que se vislumbra un cambio político que, visto lo visto, dudo que sea capaz de revertir los despropósitos del sanchismo con la inteligencia imprescindible para que no se tensionen aún más las cosas.
Al escribir estas líneas, pensando en referentes para aplacar esta crispación tan insoportable, es obligado mirar a la Transición, porque, con todos los matices que se quieran apuntar, particularmente la brutal violencia terrorista, lo cierto es que los acuerdos de aquellos años dieron paso al periodo de mayor prosperidad de nuestra historia.
No en vano, hay una peligrosa operación en marcha para tratar de deslegitimar aquel proceso, conducida por agentes desestabilizadores que no cesan de enfangar nuestra vida pública.
También pienso que no hay que ser ingenuos y sí reconocer que las dos Españas nunca se diluyeron del todo. Yo misma recibí en mis años mozos muchos inputs que me acercaron a una de ellas, la de los perdedores. Más tarde recibí otros que me han hecho reflexionar sobre la complejidad de nuestra historia.
En este sentido, leía recientemente el discurso de entrada a la Real Academia de la Historia (Numancia errante. La idea de España en el exilio republicano) de uno de mis maestros, el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, Juan Francisco Fuentes. Allí se explica, por ejemplo, cómo el terrible drama de la Guerra Civil llevó al socialista Vidarte a titular sus memorias Todos fuimos culpables.
Así las cosas, creo que urge una reflexión sobre el riesgo de azuzar tanto esta España de bloques. Me dirán que es algo obvio, pero ¿hacemos algo, además de quejarnos, para revertirlo? En nuestras manos está tratar de generar, día a día, en cualquier momento y lugar donde tengamos una cierta capacidad de incidencia, espacios de consenso. Y para hacerlo, una clave: asumir que vale la pena ralentizar la concreción de nuestro programa máximo para avanzar con paso firme junto a personas dialogantes, con las que no compartimos todo, pero sí lo esencial.
Luego vendrá la ardua tarea de articular una alternativa política viable que represente esta forma de entender las cosas. Entretanto, al menos no nos dejemos arrastrar a las trincheras y sí empapar por los matices. Hoy es lo verdaderamente revolucionario.