Causa una cierta ternura, que es lo que cualquiera en su sano juicio siente cuando ve a alguien desamparado, oír a Salvador Illa, el presidente con la eterna cara de yo no he sido, sostener con cierta vehemencia (ma non troppo, porque el susodicho es uno de esos políticos que no dejarían entrar en ninguna fiesta), que le parece bene que Sánchez, el Insomne, quiera prolongar la legislatura sin que exista motivo, más bien todo lo contrario, hasta el precipicio.

Lo que acabará el día que haya que ir las urnas, salvo que el presidente del Gobierno se descuelgue con la propuesta de que en España deben suspenderse las elecciones porque si se vota ganarían las derechas, cosa que no hay que descartar, será el propio Sánchez, cuyas opciones de futuro se reducen a dos: un hipotético exilio, acaso a la manera del rey emérito, o el ostracismo eterno.

Es perfectamente natural que Illa crea en los milagros: debe el cargo que ocupa a la magia de los sortilegios. Es un presidente hechizado que dice ser socialista pero se debe a una agenda ajena, impuesta por el independentismo. Lo que nos parece un exceso es que pretenda que le compremos la milonga de que aquí no pasa nada, que los catalanes serán más felices cuando vuelva –si es que vuelve– Puigdemont, y que, total, para qué se va a respetar la ley o a los jueces si las mordidas, la corrupción, el acoso sexual y hasta la pertenencia a redes criminales –que son algunas de las presunciones que cercan a la Moncloa y a sus ministros– son cosa de tres o cuatro golfos a los que nadie conoce y con los que el Insomne no trató jamás.

El gran Josep Pla, uno de los santos (perversos) de nuestra particular cofradía, ya dejó escrito en algún sitio que en el trato con los otros existen tres clases de individuos: los amigos, los conocidos y los saludados. Si aplicamos este hallazgo (irónico) al caso que nos ocupa cabe decir que Sánchez empezó teniendo a sus amigos del Peugeot, después fue distanciándose de ellos –el roce hará el cariño, pero la amistad entre hombres se sustenta en otros asuntos– y, una vez que sus conocidos han ido entrando en prisión (preventiva), todos ellos han pasado de forma automática a la condición de desconocidos, que es aún inferior a la de los saludados.

La situación del PSOE es crítica y la de Sumar, la piruleta multicolor de Sor Yolanda del Ferrol, directamente cómica. A cada leve amago de presión que la vicepresidenta segunda intenta ejercer sobre el Insomne –la dimisión o la salida del Gobierno, claro está, no la contempla– la respuesta de la Moncloa es humillar a sus principales socios de (des)gobierno.

Entre el resto del consorcio parlamentario de la investidura, aquel negocio industrial, predomina la hipocresía: critican a Sánchez, pero ninguno se atreve –aunque por motivos distintos– a darle una salida institucional a la crisis. Prefieren la degradación absoluta de nuestra democracia a dejar que los ciudadanos decidan. So it goes.

El president, como sabemos todos, no va a poder cumplir todo lo que prometió para ser investido. En esto también se parece a Sánchez, aunque en su caso no podrá echar mano de su argumentario –“No he mentido, es que cambié de opinión”–, porque para engañar antes hay que poder gobernar. Illa cada día tiene más aspecto de regente. No gobierna. Le gobiernan.

No tiene presupuestos, no va a poder atar el concierto catalán (la gran exigencia de ERC) y el hipotético regreso de Puigdemont, dadas las encuestas que ya sitúan a Alianza Catalana por encima de Junts en voto directo, no va a tener para el PSC más efectos que la fiesta de primera comunión de un niño caprichoso.

Illa, desde luego, ha hecho todo lo que estaba en su mano para que no lo dejen caer. Desde celebrar a Pujol, juzgado junto a su camada por cohecho, tráfico de influencias, delito fiscal, blanqueo de capitales y prevaricación, a visitar al Napoleoncito de Waterloo para rogarle que tenga un poco de clemencia. Lord, have mercy!

Por supuesto, todavía hay quien denomina a todo esto pacificación o normalización, cuando de lo que hablamos es de constantes actos públicos y privados de sumisión. El panorama no induce al optimismo, aunque el Govern insista en que su agenda coincide con la de Madrid.

Los republicanos empiezan a pensar que apoyar al PSOE en Madrid y en Cataluña puede acabar erosionándolos demasiado. Junts tampoco parece estar por una reconciliación. El factor Orriols dificulta cualquier clase de acuerdo, so pena de que los cafeteros que aún piensan votar a las listas electorales de los exconvergentes acaben cambiando de bando.

O Sánchez adelanta las generales antes de que la UCO registre la Moncloa o, como todo es posible, pronto veremos al Insomne –y segundos más tarde al presidentrogar a la extrema derecha catalana que, si us plau, contribuya a la gobernabilidad del país. Permanezcan atentos a sus pantallas. La cosa ya no puede tardar mucho Está al caer. La agonía de Sánchez es como si los clarines tocasen para Illa.