La eficacia de un político depende de la pertinencia de sus palabras. El nacionalsocialismo catalán vive una esclavitud resentida, sabedor de que ha perdido el consenso y solo le queda presionar a Pedro Sánchez para evitar que se debilite la diversidad territorial del Estado, último pretexto y ulterior eslabón de la democracia humillada.
Al otro lado, el mundo autoritario se come al conservadurismo noble, larvado durante dos siglos de pensamiento liberal minoritario. Allí donde reside el odio, la infamia remite a su etimología.
Recién celebrado el Día de la Constitución cabe recordar a los padres fundadores que pusieron por encima de su ideología el rigor de la gobernabilidad; pignoraron su instinto en beneficio de la España plural.
El soberanismo negacionista vive de la ley del embudo; alterna la regresión identitaria con la exigencia máxima al único socio que tiene en España: el PSOE. El contrasentido es total. Junts está en contra de la disminución de la jornada laboral, veta los impuestos a las energéticas, quiere eliminar el impuesto de sucesiones y exige una bajada de la presión fiscal (tributos más cotizaciones sociales).
Desde su escaparate ínfimo en el mapa del Congreso, los soberanistas proyectan un mini programa económico, con resonancias en Foment del Treball. La gran patronal catalana aplaude a los de Puigdemont y se despereza ante Antonio Garamendi, el presidente de la CEOE, que cada día se parece más a un patrón de patrones del sindicato vertical del Antiguo Régimen.
Sea cual sea la hondura del futuro del pacto Cataluña-España, este pasará por los foros de opinión, el mundo académico, los grupos de interés o los think tanks antes que por el marco concertador de patronal y sindicatos.
Los acuerdos políticos no tienen hoy el color parlamentario que tuvieron en la etapa de Miquel Roca en Minoría Catalana ni en el posterior momento de CiU, como sabe muy bien el presidente de Foment, Josep Sánchez Llibre, cuyo desempeño como puente resultó primordial en su etapa política.
Sánchez Llibre puede haber presionado a Puigdemont para que acepte integrarse en una moción de censura con el PP contra Sánchez. Pero su estilo de flotador de área no se lo permite. Él no es Juan Carlos I que instó al general Armada al golpe del 23F, pensando que este último lo desestimaría.
En su momento, el emérito animó a Armada a emprender el camino del golpismo, pero al monarca de la Transición ni siquiera se le había pasado por la cabeza que el general fuera “tan tonto” como para hacerle “caso”, según Pedro J. Ramírez, director de El Español, en una carta en su periódico, titulada El héroe y el bribón.
Por la misma regla de tres, y mutatis mutandis respecto a la noche tenebrosa del intento del golpe, Sánchez Llibre podría haber pensado presionar a Puigdemont para operar un cambio de Gobierno, pero, si lo hizo, ni se le pasó por la cabeza que el líder de Junts fuera tan tonto como para entrar al trapo.
Foment no conoce la sombra del anonimato. Aspira al ámbito común de los titanes industriales que conforman su imponente Consejo Consultivo. Y el Senado de nuestra economía no merece politiqueos.
