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El lobo, caperucita roja y Obélix con el jabalí

El lobo, caperucita roja y Obélix con el jabalí

Pensamiento

El lobo, caperucita roja y Obélix con el jabalí

"Últimamente hacemos cosas bastante curiosas: castigamos a Obélix y protegemos al jabalí"

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La tradición literaria siempre ha sido prolija en historias de entretenimiento con moraleja educativa. Tanto las historietas de Goscinny y Uderzo de Astérix y Obélix, que comenzaron a publicarse a finales de los años cincuenta del siglo pasado, como el cuento de Caperucita Roja en sus versiones de Perrault (1697) y de los hermanos Grimm (1812), muestran cómo, de forma cíclica, surgen adaptaciones, referencias y reinterpretaciones inspiradas en estos grandes clásicos de la literatura, supuestamente infantil.

La advertencia de que viene el lobo siempre ha sido un relato destinado a provocar miedo, a alertar, a mantener despierta la prudencia colectiva para no confiarnos, para recordar que el enemigo está cerca, al acecho. Mientras tanto, nosotros —felices humanos— vamos cantando alegres por valles y calles, dando de comer a todos los animales, incluidos los jabalíes, a los que incluso llegamos a encontrar simpáticos. Queremos adoptarlos, sin darnos cuenta de que se han convertido en nuestro lobo moderno, hábilmente camuflado.

El jabalí deja de ser simpático y pasa a generar preocupación: crece, se acerca, invade nuestras granjas y provoca destrucción. Pero estas páginas del cuento solemos saltárnoslas. Por suerte contamos con Obélix, que no necesita las pócimas milagrosas de Astérix: él solo se bastaría para comerse a todos los jabalíes.

Suena irónico, pero últimamente hacemos cosas bastante curiosas: castigamos a Obélix y protegemos al jabalí. El lobo ha decidido marcharse; ya no necesita venir a sembrar temores ni alimentar la literatura fantástica, porque ahora nos enredamos nosotros mismos. Todo pasa por pedir permiso a la Unión Europea, curiosa institución que empieza a generar desafección a fuerza de explicaciones interminables y autorizaciones basadas en estudios que quizá nunca hayan visto directamente la realidad.

Siempre nos queda, eso sí, la literatura conspirativa: laboratorios secretos, complots oscuros, lugares invisibles y malignos que vienen a reemplazar al viejo lobo del cuento, como el mercado de Wuhan, China, supuesto lugar de origen del Covid-19. Y, mientras tanto, Obélix sigue sin poder comer.

Conviene recordar que un Obélix enfadado es peligroso: mejor darle jabalíes para saciarse que permisos para eternizar estudios.