Aunque en Metrópoli Abierta –diario “hermano” de Crónica Global, centrado en la actualidad barcelonesa— varias plumas insignes ya han abordado el tema, creo que aún se puede decir algo más sobre la beca Collboni que el ayuntamiento ha creado para que varios escritores mexicanos pasen unos meses en Barcelona y puedan luego cantar sus alabanzas en un libro.

Como es natural y risible, diversos escritores en catalán han puesto el grito en el cielo y las asociaciones que los representan se han rasgado las vestiduras: ¡financiar a autores en lengua castellana, la lengua que no es “propia” de Barcelona, en vez de darnos esos monises a nosotros!

Passons outre. No puedo detenerme en argumentar contra quienes hablan movidos por la codicia y la queja sempiterna, la voz del agravio.

Tampoco tengo confidentes en el Gobierno que puedan confirmármelo, pero me malicio, como diría Permanyer, que la iniciativa del alcalde Collboni anunciada en la FIL no ha sido exactamente idea suya, sino que forma parte –como insinuaba Joaquín Romero en su artículo Los patriotas, en Metrópoli Abierta– de una operación general del Gobierno español, que se manifiesta públicamente en el ámbito de la cooperación cultural, para congraciarse, o para restaurar los lazos, con el Gobierno mexicano, dañados a partir de las absurdas, pero reiteradas exigencias del entonces presidente Andrés Manuel López Obrador de que el Rey de España pida perdón a México por las atrocidades cometidas por nuestros antepasados durante el descubrimiento y conquista de América.

Exigencias tan estúpidas, sobre todo para quien presidía un Estado fallido, realmente gobernado por los narcotraficantes y donde se asesina a quien alce la voz, que cabía maliciar que eran cortina de humo de un conflicto más real y grave, del que no sé ni sabemos nada. Llámame receloso.

Es en este sentido que se organizan suntuosas exposiciones de arte mexica en Madrid, y exposiciones del patrimonio español en México, y que se le concede el premio Cervantes a un escritor mexicano del que nadie había oído hablar, y que nuestros ministros de Asuntos Exteriores y de Cultura hacen declaraciones en el sentido que reclamaba AMLO.

(Por mí, como si el Gobierno entero quiere ir a ponerse de rodillas ante la pirámide de Chichén Itzá o la de Teotihuacán repitiendo a coro: “Hemos sido malos, muy malos, pero prometemos que no lo volveremos a hacer”. Pero si obligan al Rey a hacer lo mismo, me van a oír).

El caso es que algo se cuece entre los bastidores diplomáticos en las relaciones entre México y España, y en ese “algo” cabe incardinar y comprender la iniciativa del alcalde de Barcelona, los 80.000 euracos que quiere, gentilmente, entregar a algunos escritores mexicanos para que vengan a ver nuestra ciudad.

Bien está, pero esas generosas y no digo que no bienintencionadas becas Collboni denotan en el alcalde falta de pulso ciudadano. Y no solo por la rabia que le ha dado a algunos escritores en lengua catalana.

En tiempos de bonanza económica, el alcalde Maragall puso Barcelona en el circuito de las “ciudades refugio” para escritores perseguidos, lo cual era noble y tenía sentido: ayudaba a escritores en peligro –algunos de los cuales, por cierto, se quedaron a vivir aquí— y nos honraba.

También se pagó la estancia en Barcelona de algunos escritores anglosajones, como David Leavitt. Se trataba de darle publicidad a Barcelona para convertirla en una potencia turística. Objetivo, por cierto, conseguido más allá de lo deseable.

Pero los tiempos han cambiado. Estamos passat festes, como diría Brossa. En primer lugar, la ciudad no necesita más publicidad, y en segundo lugar, cualquier dádiva y gasto suntuario chirría y hasta resulta escandaloso en el ambiente general de precariedad, incertidumbre y preocupación.

Está difusa en la ciudadanía la sensación de que se la machaca a impuestos –especialmente, por cierto, a la ciudadanía catalana– mientras nuestros representantes dilapidan el dinero. En vez de imponer medidas de ahorro, austeridad y contención del gasto público.

No hace mucho tiempo se hubiera podido decir que cosas como esas becas Collboni son “el chocolate del loro”. Hoy parecen caprichos sin gracia. Son otra clase de gestos lo que se le pide al ayuntamiento.