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Trenes AVE de Renfe en una imagen de archivo

Trenes AVE de Renfe en una imagen de archivo EUROPA PRESS

Pensamiento

En deuda con Álvarez Cascos

"Me parece que en la estación de Sants debería ponerse alguna placa en reconocimiento al exministro del PP. Por más antipático que fuera, sería de justicia. Pero no creo que haya entre nuestras autoridades autonómicas mucha sensibilidad para un gesto tan galán"

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Como con cierta frecuencia voy y vengo entre Madrid y Barcelona, y soy observador, me he dado cuenta de que los pasajeros de los trenes de alta velocidad (AVE) llevan ahora con frecuencia una botella de agua.

Agua en el equipaje, por si acaso. O sea, por si acaso el tren les deja tirados en medio del camino por tiempo indefinido.

Esto es una novedad.

Novedad relativa, porque recuerdo que, en los últimos años del franquismo, el retraso de los trenes era endémico y daba pie a muchos chistes, más bien amargos. Pero eso se corrigió. Hace solo dos años los aves y demás trenes de alta velocidad eran de una puntualidad admirable. En esto España era, por cierto, una excepción europea. Ahora ya no es así. Ahora uno va a Atocha, a Chamartín o a Sants diciéndose para sus adentros: “Virgencita, virgencita, por favor, que no haya retrasos, que salgamos puntuales”.

Cuando uno llega a esas estaciones, siente una especie de repugnancia. La sensación de fealdad, desorden e incompetencia, es alta, especialmente en las estaciones madrileñas. Como no están preparadas con salas de espera –pues ya no hacían falta-, se encuentran allí multitudes esperando de pie, envueltas en su ropa horrible, pero cómoda, y en los hedores de algunos establecimientos de restauración, consultando las pantallas electrónicas colgadas del techo.

Es una lástima que esto sea así. Ignoro si la explicación de esta regresión está en una sobreexplotación de las vías, pues por imperativos de la CE el monopolio de los trenes estatales tuvo que abrirse a la competencia extranjera. Con la competencia, se produjo una guerra de precios. Viajar en tren entre Barcelona y Madrid se hizo mucho más barato. Se pusieron en circulación diaria muchos más convoyes de alta velocidad. Quizá esto afecte al servicio o al mantenimiento de la maquinaria o de las vías. Quizá la corrupción “suave” de los partidos, que como es notorio meten a sus enchufados en cargos directivos para los que no están preparados, tenga algo que ver con esta ineficacia, que en sí no es importante, pero que cuando es uno el que la sufre le parece clamorosa.

Tengo que ir el viernes a Barcelona, y ya pienso si mi tren de alta velocidad adquirirá de verdad la alta velocidad. Y recuerdo cuando aún no había AVE entre Madrid y Barcelona.

Este servicio se consiguió gracias al empeño del ministro Álvarez Cascos. Un señor, por otra parte, que me caía personalmente (y no sólo a mí) antipático, por su agresividad y tendencia autoritaria, que remitía a figurones de tiempos felizmente superados. Era secretario general del PP, en la época de Aznar, pero hasta los suyos lo llamaban “general secretario”. Pero la verdad es que nos liberó del puente aéreo.

Según se iban tendiendo, kilómetro a kilómetro, las vías de alta velocidad, la prensa, especialmente la catalana, se llenó de bulos e infundios contra la obra. Según esos bulos, había grandes socavones en el territorio por donde iba a pasar el tren, prácticamente había arenas movedizas, era seguro que se producirían hundimientos catastróficos. Se publicaron muchas fotos de aquellos terribles y amenazantes socavones en el territorio de Aragón.

Álvarez Cascos, impasible el ademán, daba prisas a sus ingenieros y equipos de trabajo para que quemasen etapas y les amenazaba con severos castigos en el caso de que se produjesen retrasos en la obra.

¿Te acuerdas de que cuando las vías iban ya a llegar a Barcelona, pasando por el subsuelo del Ensanche, en nuestra prensa menudearon los artículos explicando el gran peligro de que por culpa de los túneles se hundirían nuestros mejores edificios –las joyas del modernismo, blasón de la ciudad-, y que la irresponsable ambición de Álvarez Cascos le iba a costar la vida a cientos de barceloneses?

De la noche a la mañana, 400 periodistas se convirtieron en sesudos expertos en tuneladoras y perforadoras, en cálculos de resistencia de materiales, en ingenieros de ocasión, en profetas de la catástrofe.

El máximo peligro estaba en el templo de la Sagrada Familia. El túnel para el AVE pasaba peligrosamente cerca de los cimientos del templo, y había grandes posibilidades de que este símbolo de Barcelona y gran agente de su éxito turístico colapsase trágicamente.

Algunos vecinos del Ensanche empezaron a mirar con desconfianza el suelo de sus comedores y de sus salas de estar. ¿Y si de repente cedía bajo sus pies? ¿No sería mejor irse toda la familia a la casa de veraneo durante unos meses, hasta que acabasen las obras y pasase el peligro?

En cuanto circularon sin ningún incidente los primeros trenes de alta velocidad, de aquellos grandes peligros no se acordó ya nadie nunca más. Todos encantados con el AVE.

Me parece que en la estación de Sants debería ponerse alguna placa en reconocimiento al señor Álvarez Cascos. Sí, por más antipático que fuera, sería de justicia. Pero no creo que haya entre nuestras autoridades autonómicas mucha sensibilidad para un gesto tan galán.

Durante largos años ha funcionado de maravilla el AVE entre Barcelona y Madrid. Ahora es otra cosa. Esperemos que vuelva a mejorar. La esperanza es lo último que se pierde.