La OPA hostil de BBVA contra Banco Sabadell ha acabado siendo lo que muchos ya auguraban desde el primer día: un estrepitoso fracaso. Según los datos difundidos por la CNMV, solo el 25% de los accionistas del banco vallesano ha aceptado la mísera oferta lanzada por la entidad presidida por Carlos Torres, un banquero más preocupado por inflar su ego que por construir acuerdos sólidos.

Torres había prometido una conquista total y aseguró a los cuatro vientos que su objetivo era alcanzar al menos el 50% del capital. El resultado no puede ser más humillante, porque ha quedado a años luz de sus aspiraciones. Los socios minoritarios, columna vertebral del Sabadell, han dado la espalda con rotundidad a una propuesta que calificaban de insultante, porque el precio ofrecido era algo bastante parecido a una tomadura de pelo.

Los cantos de sirena del BBVA solo han convencido a unos pocos fondos e inversores institucionales atraídos por el corto plazo. Pero la gran mayoría ha preferido mantener los títulos antes que venderlos por cuatro duros mal contados.

Dieciocho meses después del lanzamiento de la OPA, la operación ha embarrancado en las rocas. Es la segunda vez que Torres tropieza.

La maniobra, concebida como una demostración de fuerza, se ha convertido para el banquero salmantino en una humillación pública pocas veces vista. Lo que pretendía ser una jugada maestra se ha transformado en un bochorno gigantesco, un ejemplo de cómo la soberbia puede tumbar incluso a las corporaciones más poderosas. Porque desde el inicio, el BBVA ha actuado con una tacañería indecente y ha pretendido apropiarse de una entidad solvente a precio de ganga.

El batacazo de Carlos Torres es de aúpa. Su derrota es una advertencia para quienes creen que pueden avasallar a otros con arrogancia. Frente al asalto vasco, José Oliu y César González-Bueno, presidente y consejero delegado del Sabadell, han demostrado temple, inteligencia y una resistencia numantina. Su firmeza ha protegido el valor del banco y ha mostrado con crudeza la miopía estratégica del BBVA.

Los directivos de éste trataron de vender humo arguyendo que solo lanzarían una segunda OPA si el precio fuera idéntico al anterior. También prometieron que no mejorarían la primera y tuvieron que tragarse sus palabras, mediante una subida del 10% de su propuesta inicial en un intento desesperado de salvar la cara.

La lección de esta infausta OPA es clara: la codicia, la soberbia y la falta de respeto a los accionistas se pagan caras. Y este desastre sin paliativos quedará como una mancha indeleble en la trayectoria de Carlos Torres y de un BBVA que, por querer devorarlo todo, ha acabado atragantado con su propio orgullo.