Edificios destruidos en uno de los bombardeos de Israel en Gaza
Con el genocidio no se juega
"Genocidio, masacre, matanza o crímenes contra la humanidad. ¿Importa la diferencia? Philippe Sands, escritor y jurista, cree que sí; también advierte que “el crimen de los crímenes, legalmente, se restringe a muy pocos casos”"
En estos tiempos de flotillas por el Mediterráneo se utiliza con demasiada frivolidad el término “genocidio”. Casi con la misma facilidad que se califica de “facha” al enemigo político de centro o derecha. Es un buen momento, pues, para recordar a los abogados que defendieron los nuevos conceptos de “crímenes contra la humanidad” y “genocidio”. Lo hicieron en el ámbito de las Naciones Unidas, para que fueran aplicados a los nazis durante los juicios de Nuremberg en 1946. Se llamaban Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin; ambos, además de juristas, sí, eran judíos.
Esos dos pioneros del Derecho Penal Internacional se sentaron en el estrado de los fiscales para acusar a nazis como Hermann Göring (sentenciado a muerte) y Rudolf Hess (cadena perpetua). Propusieron cambios para modernizar un sistema de justicia internacional que no tenía palabras, ni leyes capaces de calificar o enjuiciar a quienes habían eliminado/asesinado a seis millones de personas (judíos, en su mayoría). La shoa, que literalmente significa la "catástrofe” y nosotros traducimos como Holocausto, significa “exterminio sistemático”.
Ambos abogados, curiosamente, nacieron en el mismo año (1900) y crecieron, sin ellos saberlo, en la misma ciudad, en Leópolis. La villa cambiaba de gentilicio e idioma según perteneciera al imperio austrohúngaro, a Alemania, Rusia, Polonia o Ucrania. Fue Lemberg, Lviv, Lvov y Lwów, ya que, entre 1914 y 1945, estuvo en distintas manos.
En la guerra de Putin, el Óblast de Leópolis, la región más occidental de Ucrania que linda con Polonia, ha sido atacada en numerosas ocasiones. Se han producido muertos, víctimas de un enfrentamiento territorial que, como el que se vive en Oriente Medio, deja víctimas inocentes.
Hersch Lauterpacht peleó jurídicamente para que se creara el concepto “crímenes contra la humanidad” para describir la matanza de judíos. Rafael Lemkin, que había asistido a idéntica universidad que Lauterpacht, peleaba con diplomáticos americanos para introducir el concepto de “genocidio”. Aunque parezca una cuestión baladí para los profanos, ambos abogados pelearon y llegaron a enemistarse.
Todo eso lo cuenta Philippe Sands en un libro magistral, Calle Este-Oeste, editado por Anagrama en 2017. Con el detalle de un historiador y la tensión de una novela negra, Sand explica la lucha jurídica y las intrigas diplomáticas para incluir nuevos conceptos del mal en los juicios a los nazis. Rafael Lemkin creía que había que aplicarles su concepto de “genocidio” para asegurar la protección futura a otros grupos étnicos o religiosos.
¿Dónde estaba el quid de la cuestión? Si hay un plan sistemático en los crímenes de guerra, para Lauterpacht sería “crimen contra la humanidad”. Sin embargo, Lemkin pone el acento en la intención de destruir a la totalidad de un grupo. En ese caso, es genocidio.
En Nuremberg triunfó la idea de Lauterpach, pues el tribunal condenó a los nazis por “crímenes de lesa humanidad”. Poco después, a final de ese mismo año 1946, la asamblea general de las Naciones Unidas, ignorando el fallo anterior, afirmó que “el genocidio negaba el derecho a existir a grupos humanos enteros”, y lo consideró un crimen a efectos del derecho internacional.
El autor de Calle Este-Oeste, aparte de conseguir hacer literatura con farragosos textos legales, ha participado como jurista en juicios internacionales como los de Pinochet, la guerra de Yugoslavia, la invasión de Irak o el genocidio de Ruanda. “Para un fiscal actual”, escribe Sands, "la diferencia entre ‘genocidio’ y ‘crímenes contra la humanidad’ es, en gran medida, una cuestión de establecer la intención: para probar el genocidio habría que mostrar que el acto de asesinato viene motivado por una intención de destruir al grupo, mientras que, en el otro caso, no es necesario”.
Así lo declararon también los tribunales internacionales con la matanza de Ruanda de 1994. Cuando el gobierno y la población hutu masacró a los tutsi, dejando 800.000 muertos en 100 días. En 1998, Jean Paul Akayesu, alcalde de Ruanda, fue el primer condenado por un delito de genocidio; un año después, Slobodan Milosevic, expresidente de Serbia, fue acusado de crímenes contra la humanidad.
Las diferencias, en la guerra y en los tribunales, importan. Quizá sea tan culpable Netanyahu como los líderes de Hamás o los que mueven hilos en otros países de Oriente Medio. Pero la frivolidad política no consigue alimentar a los niños muertos de hambre ni libera prisioneros ni protege a los civiles de los drones.
Genocidio, masacre, matanza o crímenes contra la humanidad. ¿Importa la diferencia? Philippe Sands, escritor y jurista, cree que sí; también advierte, durante las presentaciones de su reciente libro (Calle Londres 38), que “el crimen de los crímenes, legalmente, se restringe a muy pocos casos”. Con el genocidio no se juega.