En el laberinto político de Pedro Sánchez, donde los Presupuestos de 2026 son la clave para sostener su relato de estabilidad, solo EH Bildu y el PNV muestran disposición a facilitarle la tarea. Mientras, Junts, ERC y Podemos, atrapados en sus agendas maximalistas, se niegan a ceder, pese a que la continuidad de Sánchez en la Moncloa más allá del 2027 siga siendo su mejor opción.

La pregunta es evidente: si unos presupuestos aprobados fortalecerían no solo al Gobierno, sino que, por extensión, beneficiarían poco o mucho a esos socios, ¿por qué no lo hacen? La respuesta está en una mezcla de desconfianza y tacticismo, que los lleva a comportarse de forma extraña e incompatible entre sí.

EH Bildu, con un pragmatismo que sorprende por su madurez, ve en los Presupuestos una vía para consolidar su influencia, y por eso hace más de un mes que anunció su deseo de trabajar a fondo a favor de que se aprueben unas nuevas cuentas. El PNV, maestro del cálculo estratégico y de sacar una buena tajada en cualquier negociación, gobierna con el PSE en Vitoria. Ambos entienden que apoyar a Sánchez, aunque sea con condiciones, es su seguro de vida en un Congreso donde su peso es limitado, pero decisivo.

En cambio, Junts, ERC y Podemos juegan al límite. Los de Carles Puigdemont rechazan la senda de déficit y exigen siempre más de todo. Su postura se endurece porque temen perder terreno si no adoptan una línea dura en general y, particularmente, en inmigración, donde la irrupción de Aliança Catalana capitaliza el desconcierto entre el secesionismo.

Aprobar los presupuestos sin trofeos visibles, más aún cuando no paran de quejarse de que el Gobierno ha incumplido todas sus promesas, sería una contradicción que podría costarles un incremento en la fuga de votos hacia el partido de Silvia Orriols. Este miedo a un hundimiento electoral, de la misma dimensión del sufrido por ERC en 2024, les lleva a priorizar la gesticulación sobre la gobernabilidad.

ERC, por su parte, sitúa la financiación singular pactada en la investidura de Salvador Illa como línea roja. Han sido pragmáticos en el pasado, pero los recientes varapalos en las urnas y la competencia en el campo separatista, les empuja a subir la apuesta, aunque eso deje a Sánchez en la cuerda floja.

Podemos, sin ministerios tras la ruptura con Sumar, se aferra a su purismo ideológico y se deja llevar por las ganas de chinchar a la vicepresidenta Yolanda Díaz. La formación liderada por Ione Belarra no solo rechaza cualquier incremento en Defensa, exigiendo al mismo tiempo más gasto social, sino que se opone a cualquier cesión que el PSOE haga hacia su derecha parlamentaria (Junts, PNV).

La paradoja es obvia: si esos socios quieren que Sánchez tenga opciones tras las próximas elecciones, facilitar en las próximas semanas el trámite de los presupuestos con un pacto en el que todos ganen algo sería lo lógico. La recaudación fiscal se encuentra en máximos, lo que permite al Gobierno tener margen para negociar muchas partidas.

Unas cuentas aprobadas permitirían al PSOE y Sumar vender gestión y estabilidad, frente al relato de parálisis del PP y Vox, amplificado por los casos de corrupción, principalmente el protagonizado por el trío Cerdán/Ábalos/Koldo. Pero la mezcla entre tacticismo y desconfianza hacia Sánchez, al que ven como un equilibrista que promete mucho y entrega lo justo, los paraliza.

Junts teme a Aliança Catalana, ERC sigue sumida en una crisis interna, y Podemos juega a ser la auténtica izquierda de la izquierda. Este cortoplacismo les impide ver que, sin presupuestos, la imagen de la legislatura, de la que ellos son corresponsables porque posibilitaron la investidura de Sánchez, será débil y contradictoria, de lo que difícilmente podrán beneficiarse cuando la ciudadanía sea llamada a las urnas.