Este título surge a raíz de las jornadas organizadas recientemente por el grupo Crónica Global, bajo el lema “BCN Desperta!”. De entre las diversas temáticas abordadas, la vivienda fue la que más me motivó a seguir las mesas redondas y escuchar a los panelistas, sin menospreciar, por supuesto, la importancia de las demás.

En las reflexiones compartidas, como suele ocurrir, emergió una voz que cambió el tono del debate. Una persona con años de experiencia en la gestión pública se preguntaba si el discurso sobre la necesidad de más vivienda iba realmente en serio. La pregunta, provocadora pero formulada con prudencia, resonó con fuerza.

Esta introducción me sirve para citar el reciente libro de Victoria Camps, La sociedad de la desconfianza. Vivimos en una sociedad que ha generado extensos debates y estudios —quizás somos una de las colectividades que más se ha analizado a sí misma—, pero que encuentra grandes dificultades para pasar del diagnóstico a la acción. Vivimos todo con un exceso de crispación. Cada gobierno quiere hacer su propio análisis…

En el ámbito de la vivienda, los expertos coinciden en sus diagnósticos: falta materia prima, es decir, suelo. Tenemos lo que tenemos. El centro de la corona, Barcelona, está saturado. La necesidad de disponer de más vivienda es creciente, y las proyecciones demográficas lo confirman. Todos los actores, públicos y privados, admiten esta realidad y su mutua interdependencia. No se quieren, pero se necesitan.

Las áreas de mejora están claramente identificadas:

  • Cambios en el planeamiento urbanístico
  • Adaptación de los marcos normativos a las nuevas realidades sociales
  • Nuevos formatos de familia y nuevas formas de movilidad
  • Reconversión de usos y creación de nuevas centralidades urbanas en una metrópoli más amplia
  • Nuevas densidades y mayor agilidad administrativa mediante el uso de tecnologías

Todo esto, junto con otros elementos y ejemplos, se confirma como prioritario.

¿Por qué no avanzamos, si somos conscientes de que es un problema que acumula ya un considerable retraso? Por falta de confianza. Simple y llanamente, los actores públicos y privados —y también entre ellos mismos— no se fían unos de otros. Pagamos el precio de muchos años de ruido que ha estigmatizado la labor de numerosos buenos profesionales. Las desconfianzas ideológicas persisten en exceso.

El propietario —en su mayoría, tenedor de uno o dos pisos fruto de una herencia familiar— es visto como un privilegiado oportunista. La inseguridad jurídica que sienten al poner su patrimonio en alquiler, sumada a los continuos cambios normativos, genera desconcierto y desconfianza. No hay incentivos para poner el activo en uso social positivo.

La administración pública, desbordada por las demandas sociales que desea atender, se enfrenta a una estructura interna que no quiere asumir riesgos que puedan penalizarla (¡Montoro y sus reformas!). Esto genera, en la mayoría de los casos, calendarios que desincentivan los procesos de mejora y transformación social.

¿Qué deberíamos hacer? La respuesta parece sencilla: recuperar la confianza. Pero ¿cómo lograrlo?

Si se me permite la obviedad: prometer poco y hacer mucho. No creemos expectativas que luego se convierten en frustración. Es necesario expresar voluntades y líneas de actuación, sí, pero también propongo mucho trabajo discreto de preparación y ejecución.

Los actores privados deben conocer el terreno de juego antes de empezar el partido, y, por supuesto, que no les cambien las reglas durante el proceso. En los últimos años hemos anatemizado la propiedad privada, favoreciendo un falso relato en favor de las ocupaciones de vivienda.

Recuperar la confianza requiere transparencia y continuidad en el tiempo. El sector público debe expresar voluntad y capacidad, pero no olvidemos —y digámoslo claro y alto— que sin la participación positiva del sector privado no resolveremos un reto que será constante en los próximos años.

Escuchando a los ponentes y leyendo a Victoria Camps, a pesar de las dificultades, soy optimista. Un pacto entre los diferentes actores —públicos, privados y sociales— es imprescindible. El conjunto de la sociedad y muy especialmente los jóvenes lo reclaman. ¡¡¡Hasta las próximas jornadas!!!