En La inmortalidad Kundera define a uno de sus personajes, que en privado es inteligente, pero en público actúa como un tonto, defendiendo las tesis de quienes van a buscarle la ruina –sería demasiado largo explicar el porqué y el cómo--, como “ingenioso colaborador con sus enemigos” Lo he recordado al ver al presidente de la Generalitat, Salvador Illa, visitando al ximplet Puigdemont en Bruselas, y al escucharle reclamar que se le aplique una amnistía total, y cuanto antes.

A cualquier persona razonable le apenan las explicaciones de Illa, según las cuales si ha emprendido el viaje a Bruselas y rendido allí pleitesía al prófugo golpista, ha sido en pos de la reconciliación, el diálogo y la concordia, y a nadie se le escapa el verdadero motivo: asegurar los votos de los juntaires a favor de los presupuestos del Estado, y por consiguiente la supervivencia del Gobierno de la nación. Y acaso también “normalitzar” las negociaciones con un prófugo, para que cuando tenga que hacerlas el mismo presidente del Gobierno parezca menos raro.

La respuesta displicente de los golpistas no ha hecho sino agravar el carácter humillante del episodio, pues pillar a una persona en principio respetable, como Illa, en flagrante mentira, produce melancolía y disgusto. “Otro del que no te puedes fiar, otra decepción”. Quiero suponer que el mismo Illa lo sabe, y que se ha prestado a la pantomima a disgusto, tragando sapos, forzado por la lealtad al presidente del Gobierno, a quien todo lo debe y a quien no podía negarle tan embarazosa encomienda.

Dadas las cosas y dado el estado de opinión en Cataluña y en toda España, es posible que esta comedia no le pase factura, estamos ya muy acostumbrados a cosas peores y a que, en lo relativo a la política, nada pesen los gestos, los dichos, las promesas, el respeto a uno mismo y a los demás.

Repasando la Historia reciente he llegado a la conclusión de que a alguien que ha intentado asestar un golpe de estado hay que impedirle, por los medios que sea, presentarse jamás a unas elecciones ni volver a participar en la vida política. Tenemos el ejemplo de Hitler, pero también el de Chaves, el de Trump. Si Fidel Castro, tras asaltar el cuartel Moncada y ser juzgado y condenado, en vez de beneficiarse al cabo de dos años de la amnistía de Batista hubiera sido diligentemente ejecutado, cuántos sufrimientos se hubieran ahorrado varias generaciones de cubanos. Pero parece que a veces los pueblos tienen pulsiones suicidas.

Como los individuos. Y así, a veces, en momentos nihilistas, paladeo la idea de que Puigdemont sea efectivamente amnistiado, se presente a las elecciones a presidente de la Generalitat, las gane –“solo lo imposible es seguro”, decía precisamente Hitler— y vuelva a armarse el quilombo. Qué gran lección sería. Y sería, a renglón seguido, el fin de la comedia esta. Como dice el famoso poema de Kavakis, “esos bárbaros eran una solución, después de todo”.

Por cierto que al personaje de Kundera, al “ingenioso colaborador de sus enemigos”, otro personaje secundario, de hábitos extravagantes e iniciativas algo agresivas –el profesor Avenarius--, le hace solemne entrega de un diploma. Al desenrollar el pergamino descubre que ha sido distinguido por Avenarius con el título de “Asno Total”. (Qué bien tradujo Fernando de Valenzuela aquellas novelas.) Por supuesto que no insinúo que Illa merezca ese diploma, aquí no venimos a insultar a nadie.