La España Negra cabalga en Calahorra y alienta el griterío de centenares de jóvenes: “¡Pedro Sánchez, hijo de puta!”. Ocurrió en las fiestas de la bella ciudad riojana y es la imagen lamentable del duro verano, que comparte con otros pueblos y otras calles de medio país. Es el camino de recuerdos mal visitados; el morir de tantas esperanzas.
Venimos de una sociedad irritada y vamos hacia una política agitada, lo que Pierre Rosanvallon llama la “democracia impolítica”, cuando esperamos demasiado del acuerdo de ayer entre Puigdemont e Illa; en plena fiebre política de la Justicia. El populismo no es la solución, sino un síntoma. Una vez más, la mala espina se enroca en la paleta de Goya, vencida su carrera; el pintor visionario mezcló lo más abyecto y lo más grandioso, como cuenta Berna González Harbour en Goya en el país de los garrotazos.
La demonización del presidente Sánchez es un mal presagio; convive con el escuadrismo creciente del mundo ultra, el modelo de la contrarrevolución francesa de la Vendée. El asunto no da exactamente miedo, sino más bien tristeza. Una extraña melancolía como la del conde Morstin, en el conocido El busto del Emperador, de Roth, la historia de aquel noble enfrentado a las virtudes nacionales, más dudosas que las individuales. Morstin odió a las naciones y a los estados nacionales porque su “vieja patria, la monarquía, era una gran casa de muchas puertas y muchas habitaciones para muchos tipos de personas”.
Está en juego la deriva actual del Estado de las Autonomías, la casa común, un modelo saboteado por la España Negra con el aval del PP que, desde sus gobiernos territoriales, rechaza la coordinación con el Gobierno central al más puro estilo indepe, añadiendo la recuperación de algunas de las soberanías, hoy cedidas a Europa.
Pura deslealtad, puro desvanecimiento de los pueblos de Quevedo, plagados de diferencia, como Villanueva de los Infantes -última morada del gran escritor-, amontonada entre la Cruz de Santiago, la Costanilla del Remedio, la pensión del Buscón, el leguleyo orondo, Ediberto, la esquina del balcón cervantino del Caballero del Verde Gabán y, no lejos, el vetusto Palacio de Doña Inés.
La España Negra mueve sus huestes hacia los remansos del Campeador. El Cid arrasó la Rioja y poco después Alfonso VI otorgó a Logroño su histórico fuero. Acaso recordando al rey castellano resonaron los pitos benevolentes de los vecinos contra los insultos, el pasado agosto. Se opusieron al griterío del escorpión rodeado de fuego, que pronto se clavará su propio aguijón, lejos de la vieja ciudad tan entrañable, la Calahorra de Pepe Botella y el milagro de San Andrés.
Somos diferentes; celebramos la diferencia y cultivamos el estilo de la Bética, como herederos de la Roma de Marco Aurelio. Que no nos colmen de nación porque somos, ante todo, un pueblo.