En la España que dibuja Isabel Díaz Ayuso no cabemos millones de españoles. No hablamos de una cuestión de voto o simpatía política, sino de un proyecto que reduce a España a una caricatura uniforme, más pequeña y menos democrática. Un proyecto de confrontación frente a quienes defendemos la tolerancia, el respeto a la pluralidad, la diversidad cultural y racial, o la riqueza lingüística de nuestro país.
El discurso de Ayuso se nutre de un ultranacionalismo populista que apela a las emociones más primarias: el miedo, el resentimiento, la nostalgia de un pasado... La presidenta madrileña reivindica una identidad excluyente, en la que la diferencia se convierte en amenaza y donde solo tienen cabida quienes comulgan con su visión estrecha de la nación.
Es un discurso que encierra una cierta nostalgia hacia un franquismo latente, maquillado de modernidad, pero con tics autoritarios y escasa sensibilidad hacia la desigualdad. La insensibilidad social se convierte en política pública. Ahí están las residencias de mayores durante la pandemia, que en muchas ocasiones antepusieron la aritmética presupuestaria a la dignidad humana.
Ahí están los contratos a dedo, las privatizaciones sucesivas, el desprecio a lo público y la exaltación fanática de lo privado. Ayuso ha hecho de la sanidad madrileña un laboratorio de negocio para empresas como Quirón, mientras la sanidad pública se deterioraba. Durante la Covid, vimos cómo se especulaba con mascarillas y material sanitario, y cómo el beneficio de unos pocos pesaba más que la salud colectiva.
No es casualidad que Ayuso admire a figuras como Esperanza Aguirre, de quien hereda tanto la concepción patrimonial de la política como una ambición sin límites. Tampoco sorprende su proximidad estética y discursiva al “trumpismo”: mezcla explosiva de populismo, negacionismo, polarización y culto a la figura del líder.
Pero sería ingenuo pensar que la fortaleza política de Ayuso se sostiene únicamente en su maquinaria propagandística. También se alimenta de los errores repetidos de la izquierda madrileña. Desde la pasividad y la incapacidad de articular un proyecto ilusionante, hasta el populismo izquierdista de Pablo Iglesias, que terminó restando más que sumando. La oposición ha ofrecido más ruido que alternativas reales.
El Madrid de Ayuso intenta convertirse en el epicentro de una batalla cultural que trasciende lo regional y pretende erigirse en modelo generalizable. Modelo excluyente, desigual y profundamente injusto. Urge reivindicar una España plural, abierta y solidaria.
Al mismo tiempo, ese Madrid pretende encerrarse en una “prosperidad” egoísta, un vector de desigualdad que a la presidenta le gustaría imponer como modelo al resto del Estado, para ello deberá alcanzar la Presidencia del Gobierno, después de haber “desplazado” al actual aspirante, el gallego Feijóo.
La Comunidad de Madrid pese a ser la región más próspera de España: en 2023 alcanzó un PIB de 293.069 millones de euros y un PIB per cápita de 42.198 euros, el más alto del país, convive con fuertes desigualdades sociales, que afectan a las personas con menos recursos: migrantes, familias monoparentales, desempleados… que son las que tienen menos acceso a oportunidades y servicios.
En otras palabras: la bonanza económica existe, pero se distribuye de forma muy desigual. El índice de desigualdad (Gini) de Madrid en el 2024 fue del 31% uno de los más elevados de España. Cáritas ha denunciado que el 21% de los madrileños —casi un millón y medio de personas— vive en situación de pobreza y más de 610.000 en pobreza extrema. La tasa de riesgo de pobreza infantil ha subido al 26%, lo que significa que más de 267 000 niños viven en esas condiciones, lo que coloca a Madrid a la cabeza de la desigualdad infantil junto con Canarias.
La desigualdad se refleja también en la sanidad, su estado es francamente preocupante. Siendo Madrid la región más rica, es la que menos invierte en sanidad pública por habitante. Esa carencia no es anecdótica: la atención primaria absorbe apenas el 10% del presupuesto sanitario, frente al 25% recomendado por la OMS.
La privatización sanitaria ha sido intensa: entre 2010 y 2020, se han cerrado camas públicas mientras se abrían hospitales privados, lo que ha reducido significativamente la capacidad asistencial, generando sobrecostes de aproximadamente de 10 veces respecto a modelos públicos. Un sistema cada vez más colapsado que, sin embargo, supone un buen negocio para grandes empresas como Quirón que se beneficia del deterioro del sistema público.
Si bien Madrid es un imán para la inversión y el turismo, con 11,1 millones de visitantes en 2024 y captando más del 67% de la inversión extranjera en España, este crecimiento se ha realizado a costa de incrementar las desigualdades. El contraste es llamativo, la Comunidad de Madrid genera riqueza, pero el sistema deja atrás a quienes no son útiles al relato de poder ultranacionalista, populista y excluyente.
Ese desequilibrio solo se podrá corregir con políticas concretas que permitan restaurar el gasto sanitario y social, frenando los sobrecostes de la privatización, reforzando los mecanismos de redistribución y garantizando que las personas vulnerables puedan participar en esa prosperidad que hoy no disfruta la mayoría.