Vaya por delante el reconocimiento de que Javier Melero es un abogado excelente, un comentarista muy razonable, un escritor ameno y una persona con sentido del humor, lo que le hace ya excepcional.
Suele decir cosas con mucho sentido común y grano salis. Ahora bien, ayer se pasó de frenada en su artículo en La Vanguardia, donde, bajo el título Cuando te matan antes de tiempo, criticaba acerbamente a los que a cualquier persona de edad más o menos avanzada la llaman “abuelo”.
En catalán está esa fea costumbre particularmente extendida: “avi”. ¡A Melero le parece muy mal! (Como a mí me parecen mal los adultos que, so pretexto de que es verano y el calor es insoportable, se toman la inaceptable libertad, o el libertinaje, por no decir la obscenidad, de andar por ahí en manga corta: ¡si hace calor, sufre, mamón, y no enseñes los bracitos!).
La desquiciada reflexión del otras veces tan ponderado y plausible Melero venía a cuento de Domingo Tomás, el infortunado ciudadano de 68 años, vecino de Torre Pacheco (Murcia), al que sin venir a cuento tres gamberros le abordaron en plena calle y le dieron de puñetazos, dejándole muy maltrecho.
Como los agresores eran de origen magrebí, la salvajada fue gasolina para desencadenar una “caza al inmigrante” no menos estúpida y salvaje por parte de una masa de tipos violentos llegados de todas partes. Hubo agresiones a inmigrantes inocentes, enfrentamientos en pandilla, incendios de poca importancia, y la policía tuvo que intervenir para detener a los agresores y devolver el orden a las calles.
Episodio bochornoso del que se ha ocupado exhaustivamente la prensa, días pasados.
Si nos ponemos optimistas, podemos pensar que la agresión, porque sí, a un tipo que andaba pacíficamente por la calle, lo que ha hecho es poner Torre Pacheco en sintonía con Nueva York. Allí, en la capital cultural del mundo, no es extraño ir tranquilamente por la calle y que te den un puñetazo en el ojo, como le pasó el 13 de mayo de 2024 a Steve Buscemi, ese actor de rostro tan extraño y simpático, y tan querido por el público cinéfilo.
En sus comentarios post factum, Buscemi se compadecía de todos aquellos que, como él, cuando van caminando despreocupadamente por las calles de NY, son brutalmente agredidos sin mediar provocación alguna, y sin explicaciones. Así trascendió que el suyo no era un caso único. Suceden con alguna frecuencia, y son el triste resultado de ritos de iniciación en las pandillas, o de retos virales entre tarados de internet.
El alcalde de Torre Pacheco debería telefonear a su homólogo de Nueva York para hermanar ambas ciudades. Y rubricar esa fraternidad con una ceremonia en la que Domingo Tomás y Steve Buscemi se fundan en un abrazo fraternal, y todos a aplaudir.
Ahora bien, si nos ponemos serios, y nos fijamos en los recientes enfrentamientos entre inmigrantes y “patriotas” en Gran Bretaña, tenemos motivos para preocuparnos y para temer que los acontecimientos de Torre Pacheco sean solo el aperitivo de fricciones aún más graves en un futuro nada lejano.
Pero resulta que todo esto no es lo que más preocupa al abogado Melero: todo esto lo despacha en unas pocas líneas. Lo que le subleva, y a lo que consagra el artículo, es que todos los periodistas se hayan referido a Domingo Tomás como a un “anciano”. Y en algunos casos, aún peor: un “abuelo”. Ve en ello un paternalismo de lo más irritante.
Y sí, lo es. En primer lugar, porque nadie sabe si el señor Tomás es abuelo o no, y en segundo, porque llamarle, a su edad, “anciano”, es, como quien dice, ir empujándole hacia la tumba.
A ver si será que sangra Melero por la herida, porque él anda cerca de esa edad (nació en el 58), pero, como se conserva estupendo (a juzgar por las fotos aparenta diez años menos), no está dispuesto a que ningún jovenzuelo le llame impunemente “abuelo”.
Bien, eso lo comprendo. Confianzas las justas. Y familiaridades, las mínimas. Como le dijo mi tía Ágata a una señora que sin apenas conocerla se atrevía a tutearla: “Pero, vamos a ver, a usted y a mí ¿en qué inmundo figón nos presentaron?”.
¿Le habrán llamado a Melero alguna vez “avi”? Menciona, el prestigioso abogado, el tratamiento puerilizante que el personal médico, especialmente las enfermeras, dan en los hospitales a la gente entrada en años, a la que tutean y tratan como si fueran rosados bebés, repitiéndoles su nombre de pila:
--Y ahora viene la comidita, me vas a ser muy bueno, ¿eh, Sergi?, y a comértela toda. Y te me tomas las pastillitas, que te dejo en esta cajita. Ahora, el jarabe, Sergi: ¿verdad que serás bueno y te lo tomarás sin rechistar? Solo una cucharadita. Uy, qué bueno está. Luego, a dormir la siestecita, Sergi.
Sí… es desagradable. Yo mismo sé de un hospital donde un día de Reyes las enfermeras repartieron a los enfermos de edad avanzada ositos de peluche. Un osito para cada viejecito. Alguno de esos viejecitos hubo que lo arrojó, con sus menguadas fuerzas, contra la pared, mientras blasfemaba iracundo.
Y es que aunque en la edad provecta uno se va volviendo regresivo, cada día más dependiente y desvalido --en esto como un niño--, y aunque es obvio que a algunos viejos les agrada ser tratados así, lo del oso de peluche era ya llevar el paternalismo, o mejor dicho el maternalismo, hasta un punto que parece una befa.
Ahora bien, señor Melero: decir, como usted dice, que “esta forma de hablar [a los viejos] es una eutanasia léxica… es una forma de asesinato. Uno muy lento y afectuoso. Pero asesinato al fin y al cabo” es un poco exagerado, ¿no le parece? Se ha pasado usted de frenada.
No importa, todos nos equivocamos, le seguiré leyendo.