El refranero español es muy rico y aleccionador, no tengan duda. Dos refranes le vienen como anillo al dedo al Partido Popular. Quién hubiera dicho que tal y como iba el año, el PP acabaría pidiendo al árbitro que pitara el final del partido para llegar a agosto y tomar aire para redoblar esfuerzos en septiembre.
En este periodo de sesiones se empecinaron en hacer caer al Gobierno. Las investigaciones de la UCO les allanaron el camino. Primero Koldo, luego Ábalos y la pieza de caza mayor: Santos Cerdán. El Partido Popular de Núñez Feijóo iba a lomos de un caballo desbocado. Parecía que lo iba a conseguir porque el PSOE estaba noqueado y deshilachado. No contaron -yo también cometí ese error, lo reconozco- con la resistencia de Sánchez y no contaron con que los socios los miran de reojo y con desconfianza porque su muleta se llama Santiago Abascal.
Pero el PP, junto a sus aliados judiciales y mediáticos, estrechaba el cerco llevando adelante su proyecto con mucho entusiasmo y energía. La caída del Gobierno se tocaba con las yemas de los dedos. Y en eso apareció Montoro y el PP dejó la arrancada de caballo por la parada de burro. Toda la estrategia se vino abajo. Feijóo, un hombre que estaba lleno de motivación y entusiasmo, se desanimó y se rindió con facilidad.
Fue la diferencia entre la velocidad de un caballo y la lentitud de un burro. El refrán critica esa falta de constancia y perseverancia en la consecución de objetivos. A la primera de cambio, quedó tocado y hundido y se refugió en el silencio cómplice.
Montoro pasó como un tsunami por la estrategia popular, a la vez que los aspavientos políticos, judiciales y mediáticos no empujaban al PP sino a Vox. Excepto las dopadas encuestas de la Brunete Mediática Popular, la realidad deja al PP con apenas 130 escaños y a la extrema derecha superando los 60. La parada de burro se consolidaba.
Feijóo salía en hombros después de cortar las dos orejas y el rabo en el congreso de primeros de julio. Sacaba pecho junto a Rajoy y Aznar y marcaba su posición: “Si gano las elecciones, gobierno en solitario”.
Segundo refrán: “Del dicho al hecho hay un trecho”. Primero cometió el error de reunirse con Abascal en el Congreso haciendo huir a todos sus posibles socios al burladero de Sánchez. Segundo, apuntaló su liderazgo con Rajoy y Aznar, hoy marcados con una X por el caso Montoro. Acusar a Sánchez de no enterarse de nada es tanto como acusar a los líderes del PP.
Ante el peligro de descarrilar volvió a abrazar a Vox, sabiendo que es su única posibilidad de llegar a la Moncloa. Y Vox le robó la cartera con la criminalización del inmigrante en Torre Pacheco. Las televisiones montaron un plató fantástico en la localidad murciana que lejos de aupar al PP hicieron subir a la extrema derecha como la espuma. Lo de Torre Pacheco fue un fiasco.
Mucho ruido y pocas nueces porque el pueblo se puso de perfil, pero el plató de televisión fue un éxito para los neofascistas, racistas y xenófobos porque incendiaron un tema candente, desmelenaron las redes sociales y afianzaron su imagen de fuerza y vigor frente a un PP que no quería estar en el ajo, ni podía no estar.
Los vaivenes han hecho desaparecer a Feijóo. Solo le quedaba un tiro en la recámara: el último pleno de la temporada teniendo la sartén por el mango en el decreto de reformas eléctricas. Y lo utilizó para que el Gobierno perdiera una votación. Teniendo en cuenta que hace un par de semanas pensaba que podía tumbar a Sánchez, esta victoria es un trofeo menor. Y más, cuando ha vuelto a perder la oportunidad de ser una oposición decisiva.
Como resultado de su gallarda votación en contra, Feijóo ha logrado que los españoles no vean bajar la factura de la luz, que las inversiones en la red queden en el limbo, que las empresas electrointensivas -grandes consumidores- no vean rebajar sus costes y que las inversiones de las renovables queden pospuestas. No ha caído Feijóo que, a negacionista de la realidad, Vox le seguirá comiendo la merienda.