El cupo catalán –llamémoslo así, ya que el mismo Josep Borrell, socialista de pro (otro gallo nos cantaría si desde el mismo PSOE no lo hubieran descabalgado, en su día, a cuenta de un par de colaboradores turbios, de la carrera por la secretaría general del partido) lo definió así, invitando a sus correligionarios a no utilizar nomenclaturas engañosas-- gusta mucho en Cataluña, donde a nadie se le ocurre hablar de solidaridad con regiones de España menos afortunadas y productivas. 

En Cataluña, que desde hace tantos años vive volcada hacia su propio ombligo, sus problemas y sus angustias, sus ensueños de grandeza y sus realidades de precariedad, nadie, absolutamente nadie, lo critica.

Los partidos nacionalistas fruncen el ceño y sostienen que es otro engaño de Madrit, pero se frotan las manos. La Generalitat socialista, con el apoyo de ERC, les hace el trabajo sucio y ya sabrán ellos sacar partido de un cupo que legitima sus desafueros recientes y que les cae como fruta madura. 

Las izquierdas tragan el anzuelo, en la conciencia de que oponerse a la entrada de miles de millones de euros suplementarios a las arcas catalanas sería suicida.

Olvidan el pensamiento de Gilles Deleuze, quien en su famoso Abecedario, a la pregunta de qué es, hoy, ser de izquierdas, respondía que consistía en considerar la humanidad entera como una familia, y, más concretamente, en (cito de memoria) “mirar un poco más allá de tu propio territorio”. Una forma como otra cualquiera de apelar a la solidaridad y a la fraternidad universal.

Seguro que esta clase de discurso parece hoy a todo el mundo anacrónico…

Por motivos que no vienen al caso he viajado un poco este verano por Galicia (Redondela), Asturias (Gijón) y Andalucía (Sevilla), y aunque no he hablado con nadie de política, sí he leído la prensa local de esas regiones y constatado que el nivel de indignación ante la concesión del cupo, más o menos hipócritamente disimulada bajo otra nomenclatura, huele a cuerno quemado.

Cada región, igual que Cataluña, mira por sus propios intereses y constata que el cupo de marras les afectará negativamente. Los ánimos están muy soliviantados, aunque aquí no nos enteramos. 

Pocas situaciones hay más patéticas que la de la ministra María Jesús Montero haciendo equilibrios con el cupo, tratando de satisfacer a los partidos golpistas catalanes y al mismo tiempo postulándose para presidir la Junta de Andalucía.

Sin que el señor Moreno Bonilla haga nada reseñable, aparte de sonreír con una espléndida dentadura de vendedor de coches, esos equilibrios vergonzantes de su adversaria socialista (además de otros defectos de fábrica de la excitable señora ministra) le garantizan la mayoría absoluta en los próximos comicios regionales. 

Es también el cupo, precisamente, lo que está dando alas a un movimiento hasta ahora tan tímido y desasistido que parecía residual y clandestino, llamado Izquierda Española, constituido por disidentes del PSOE de Sánchez, que hasta ahora no ha tenido mucha cancha, pero que se ha alzado a los titulares con un manifiesto contra el cupo catalán.

No está escrito que Izquierda Española --el mismo nombre del partido ya es significativo, y hasta escandaloso en un país cuyo nombre mismo avergüenza a tantos izquierdistas que prefieren ni mentar la palabra “España”, prefiriendo siempre el sinónimo de “el país”-- vaya a conseguir nada realmente significativo, es decir, rascar por el lado de la sensatez y la solidaridad votantes al PSOE en cantidades considerables; pero cabe recordar que también Ciudadanos, cuando nació, estaba constituido por una minoría casi insignificante, denostada como fascista por la prensa general, y muy pocos años después ganó las elecciones catalanas. (Aunque sin posibilidades de Gobernar la Generalitat por la oposición de todos los demás partidos). 

En fin, sirvan estos párrafos solo como información de que las negociaciones por el cupo catalán no son gratuitas en el resto de España. El malestar está difuso y no cabe duda de que crecerá.