Hace unos años, casi 30, Crónicas Marcianas dominaba la noche con la misma solvencia que lo hace ahora El Hormiguero, cualquiera que intentaba competir acaba claudicando por falta de audiencia. Javier Sardá logró crear un programa en el que cabía casi de todo. Ahí conocimos al genial Carlos Latre, Paz Padilla creció y Flo se hizo un hueco en el humor nacional.
Pero, además de ser plataforma para humoristas, también dio soporte a un grupo de frikis, personas complejas donde nunca quedó claro si nos reíamos con ellos, o de ellos. Tamara, luego Yurema, Paco Porras, Leonardo Dantés o incluso el padre Apeles fueron parte de una constelación difícil de asimilar con un poco de distancia. Fue, en cualquier caso, un gran espectáculo televisivo circunscrito a un tiempo y que hoy ni podemos ni debemos juzgar, más o menos como los chistes de Arévalo. Cada momento tiene sus filtros.
Ahora la política está caminando, lamentablemente, por esos derroteros. Casi cada caso de corrupción parece llevar aparejado una colección de frikis. Probablemente, fue la corrupción en el ayuntamiento de Marbella la primera que mezcló la salsa rosa con la política. Pasamos de Gil a la Pantoja con Julián Muñoz como nexo sin solución de continuidad. A partir de entonces parece que siempre tiene que haber mahonesa en cada caso chusco.
El cine americano nos ha presentado, en general, a unos malos muy sofisticados y casi siempre atractivos. Nuestra realidad parece siempre dominada no por James Bond, sino por el arquetipo de Torrente, cuanto más cutre mejor, logrando que la realidad supere a la ficción. La guerra sucia del Estado contra ETA fue otro buen ejemplo. Más allá de la disquisición filosófica de hasta dónde puede llegar un Estado para defenderse, lo que no es de recibo es que algunos agentes del “bien” sean corruptos y, además, cutres. Y ese cutrismo parece perseguirnos cuando algún político pierde el norte de la decencia.
Los actuales protagonistas de presuntos casos de corrupción y tráfico de influencias van creciendo y su presencia en los medios se va incrementando exponencialmente. No hay tertulia que se precie que no entreviste al protagonista de la semana, transitando del mundo de las supuestas irregularidades a algo que bien podría ser carne de Crónicas Marcianas en lugar de una reflexión sosegada sobre las cloacas del Estado, si es que éstas existen. Puede que todo sea una estrategia, si es así, felicidades a quien la dirija, pero es todo tan chusco que la población desconecta y la desafección entre política y ciudadanía nunca es buena. En cualquier caso, este es justo el camino opuesto para desmontar el supuesto lawfare al que aluden algunos.
Parece que solo nos mueve la apariencia de bienestar económico a corto. La economía española sigue creciendo por encima de la media europea y, aunque somos muchos menos ricos que la mayoría de nuestros socios europeos, el sentimiento general no es malo. Parece que el buen tiempo y nuestras costumbres no llevan a contentarnos con lo que tenemos, pues como en España no se vive en ningún lado, o eso decimos alto para convencernos.
Mejor no comparemos los salarios medios por país (28.000 en España, frente 45.000 en Francia, 60.000 en Alemania o 65.000 en Holanda), porque ellos no tienen ni sol ni jamón, por no hablar de las gambas… además, como la vivienda en la que vivimos sube de precio, hasta creemos que somos ricos, o eso dicen algunas estadísticas. El que no se consuela es porque no quiere. Pero somos así y no nos cuestionamos ni la fragilidad de nuestra economía ni mucho menos de nuestro Estado del bienestar, propio de un país rico que no somos, y dando pasos firmes hacia su colapso.
La degradación de la vida pública seguirá, entre otras cosas porque la carrera política ni es atractiva para los profesionales con recorrido ni es tan sencillo entrar y salir de ella de manera normal. Y, para redondear la faena, la gran mayoría seguiremos votando a quienes son de nuestro bando, hagan lo que hagan. Así que… ¡otra de gambas!