La sinagoga y el sermón de la montaña no están lejos la una del otro. En ambos enclaves se reza por el fin de la masacre de Gaza ordenada por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Son muchos los que se escandalizan, pero pocos los que denuncian, detrás del embargo inútil que pregona la UE.

Cataluña no es precisamente neutral en el conflicto secular palestino-israelí. Vive bajo el influjo lejano de gentes como Carlos Benarroch, cabeza visible de la Entesa Judeocristiana de Catalunya comprometida con la bula papal por el delito canónico de deización hebrea; de Jacob Anidjad, empresario textil de fortuna, o de Max Cahner, ex consejero de CiU e impulsor de Enciclopèdia Catalana.

La lista puede llegar a ser numerosísima si añadimos el peso de destacados nacionalistas provistos de cobertura profesional: Lluís Bassat Jerusalmi, enorme publicista; Ricardo Bofill Levi, arquitecto y urbanista, parisino-neoyorquino de nombre internacional y aureola crepuscular; Isaac Carasso, pionero de Danone; Jacobo Hachuel, proveedor de Pegaso en la Cuba de Fidel, dueño de la productora Tesauro, socio de Marc Rich y accionista de Banesto en la etapa de Mario Conde; el científico Jorge Wagensberg, los Andic de Mango o el conocido Moisés David Tannembaum, el cortador de diamantes que empezó vendiendo corbatas en el Mercado de Sant Antoni y se hizo de oro en la opaca plaza monetaria de Tánger.

La herencia de los muertos sirve de inspiración a los vivos; la mayoría son contrarios a la barbarie de Netanyahu. Pero claro, no son antisemitas ni denigren su propio pasado. La expiación cristiana sirve de poco a estas alturas de las guerras que bordean el continente. En el Oeste de Europa, la capilaridad palestina ahoga la vocación solidaria, mientras en el Este, la cuestión resbala delante de la hegemonía bizantina. El mundo ortodoxo trata de dividirse el pastel de Ucrania, cuna de la cultura eslava, orilla del Mar Negro donde sobreviven las ficciones de Tolstoi, Pushkin o Gogol. La Ucrania doliente es la Rusia en miniatura que ha fortalecido el matonismo de la industria militar de Moscú y ha llenado nuestras calles de inmigrantes amables, mujeres esbeltas y varones adustos.

La supervivencia catalana encaja hoy con el suministro de energía primaria. El gas natural llega gracias a la vigencia de los acuerdos de Naturgy con Sonatrac, la empresa argelina de enormes yacimientos. Los catalanes ganamos la Batalla de Argel después de la descolonización mostrada en el cine por Guido Pontecorbo sobre la espalda de Ben Bela y Boumedian. La causa semita compartida, de judíos, árabes y cristianos conjuga en nuestro mar, contemplado por los eslavos.

Además, la espesura mestiza de la materia gris aumenta cuando José Luis Escrivá quiere trasladar a Barcelona parte del Servicio de Estudios del Banco de España. Y aquí le aguarda una columna sefardí de sabios, con nombres como Mas-Colell, Alfred Pastor, Xavier Vives, Teresa Milà  o Sala Martín.