No sé si el lector estará al tanto del caso, pero el profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona David Viñas ha sido suspendido de empleo y sueldo durante un año y medio, después de dos años de “investigación”, por un “tribunal” universitario encargado de salvaguardar la “Igualtat” de la Venerable Institución. Por acoso a una alumna, Alba.

La alumna primero acudió a los mossos, éstos hicieron el preceptivo atestado con diligencia de inexistencia de ilícito penal; aun así, como es preceptivo, lo delegaron a los tribunales de justicia.

En tres instancias, tres, los tribunales de Barcelona, presididos por mujeres, desestimaron las acusaciones y archivaron el caso. También la fiscalía lo consideró inexistente. En la tercera instancia, la sección tercera de la audiencia Provincial de Barcelona, con un tribunal de dos magistrados y una magistrada, archivó el caso, señalando además en las conclusiones que “si alguna conducta de acoso se adivina o intuye es la de la propia denunciante”.

Durante todo este largo proceso, el profesor ha sido sometido a un constante acoso en las redes sociales, además de apartado de la docencia por la Universidad mientras estudiaba el caso. Se llama “muerte civil”. Es una muerte larga, lenta. 

Hace unos meses la estudiante supuestamente agredida, Alba, descontenta con las sentencias judiciales, colgó un comunicado en las redes sociales —ahí sigue, y acabo de leerlo— en el que acusa al profesor de insinuaciones y acosos. Y concluye con la bomba atómica de acusarle de que en la intimidad de su despacho en la universidad, “me obligó (cerrando las ventanas y la puerta con llave y asegurándose de que no había nadie cerca) a tener sexo con él en tres ocasiones.”

¿Hace falta subrayar la disparatada inverosimilitud de semejante acusación? Ya es poco probable que una chica universitaria sea violada en el despacho del profesor, por más cerradas que estuvieran la ventana y la puerta. Pero supongamos que es plausible. Ahora bien, ¿es plausible que, después de haber sido violada en ese despacho… te arrastren a él una segunda vez? ¿Y una tercera? ¿Eres una desdichada mujer afgana bajo el poder talibán? ¿O una universitaria barcelonesa, cultivada, de veinte años?

Las acusaciones apestan a mentira maligna.

Sin embargo, lo más revelador del comunicado de la alumna Alba es cuando suplica a los lectores: “Por favor, recordad su nombre y llenadlo de vergüenza. David Viñas: eres un violador.” Aquí, en esta llamada a la multitud, a la muta de caza canettiana, se manifiesta en todo su esplendor la motivación de la acusadora, que no es buscar justicia, sino la destrucción de su adversario. Cosa que casi ha conseguido, por lo menos, en el ámbito profesional. Espero que no en el personal. Espero que el profesor tenga apoyos y respaldo familiar y de sus amigos. 

El lector calibrará el efecto aniquilador de unas acusaciones tan graves, aunque tan inverosímiles, que han sido terminantemente desmentidas por los tribunales no una, sino tres veces.

Pero cabe señalar que, además, en la última sentencia de la denuncia pública de Alba en las redes –“David Viñas: eres un violador”— se abren para el profesor posibilidades de denuncia por varios conceptos penales que desde aquí le invito a explorar con su abogado. El terrible daño que Alba le ha causado es irreparable, pero usted, profesor, puede sacarle algún dinero a modo de compensación.

Desde luego, no seré yo el que diga que no se cometen cada día abusos sexuales sobre las mujeres, ni que en ámbitos de jerarquización tan extrema como son el mundo del cine, del periodismo o de la universidad, esos abusos sean moneda corriente. Ni diré jamás que la causa feminista no tiene causas, razones y banderas que flamear

Pero menudean —amigos abogados me han contado en este sentido casos espeluznantes— casos abusivos como éste, que además de ser una injusticia flagrante desprestigian el feminismo y destruyen civilmente, a veces incluso físicamente, a los injustamente acusados, como en este caso el profesor Viñas (al que, por cierto, dicho sea de paso, no conozco).

También sabemos que en el mundo, igual que abundan los abusadores, los violadores y los asesinos, también abundan las chifladitas, las envenenadoras y las malvadas. El irenismo de pensar que las mujeres son por naturaleza buenas, y los hombres malos, sustanciado en el lema hermana, yo sí te creo, y sustanciado en el, a priori, de que no existen las denuncias falsas de mujeres —como sostenía Íñigo Errejón… Hasta que fue víctima de una de esas denuncias falsas— está desmentido continuamente por casos como éste.

Que después de tres, o sea, tres, desestimaciones y archivo de las acusaciones de Alba, por tribunales presididos y en parte compuestos por mujeres (lo que no debería ser considerado, pero lo subrayo porque se supone que ellas son, por naturaleza, más sensibles a las agresiones machistas), y además con advertencias de que los magistrados creen más probable que la denunciante, y no el profesor, haya sido  la acosadora…

…Que después de eso un tribunal de la Universidad de Barcelona, haya castigado al profesor con una pena que, además de arruinarle y mancharle para siempre el armiño, el nombre, la reputación, el honor, con el estigma de la sospecha infamante —pero que es una pena levísima si realmente nos encontrásemos aquí con un violador—, no hace más que desprestigiar a la venerable institución y hacer sospechar que ha cedido con miserable cobardía a las mutas de caza. Vaya birria de venerable institución. Perdone el lector la vulgaridad: M’hi cago i m’hi pixo en la venerable institución.

Como he dicho, no conozco al señor Viñas. Pero desde aquí le animo a que no caiga en el abismo emocional que, en un caso precedente, ligeramente diferente, pero también vergonzoso, llevó a la muerte al pobre e inocente Joan Ollé: no se deje abatir profesor, no se deprima, combata.