Los primeros meses de la presidencia de Trump están siendo una auténtica montaña rusa tanto en lo económico como en la vertiente geopolítica. Todo parece complicarse sobremanera y de repente, se arregla, pero sabemos que no de manera definitiva, porque es altamente probable que se vuelva a complicar dentro de nada.
El 45 / 47 presidente de los Estados Unidos es un hombre de negocios que, además, ejerce como presidente. No podemos esperar de él las formas de las élites de Washington, sino las de un negociador al que le encanta embarrar el terreno y no le importa ganar con alguna trampilla.
Porque para entender a Trump es necesario compararlo con sus rivales: Biden fue senador a los 30 años, y no abandonó Washington hasta dejar la presidencia, con 83. Pelosi, de 85, llegó a Washington con 37. Y así la gran mayoría de los políticos, con mejor formación y patrimonio que los nuestros, pero cada vez más lejos de la realidad porque toda su vida la han dedicado a la política.
Trump es un tipo de la calle, muy rico, pero nada sofisticado. En cuanto terminó sus estudios de economía en la prestigiosa Universidad de Wharton, se puso a trabajar en el negocio familiar y desde ahí no paró de hacer negocios, cosechando grandes triunfos, pero también sonoros fracasos. Sabe que en gran medida le han votado por ser un outsider de los grandes partidos, cada vez más alejados de la realidad social.
Es innegable que lleva la iniciativa en todos los líos en los que se mete, y que le rodean acólitos a los que ni se les ocurre oponerse a él. También deja claro que no perdona los fallos. Las filtraciones de ciertos planes de seguridad nacional por uno de sus más cercanos, Mike Waltz, acabó con su cese. La frase más famosa del programa que le catapultó en televisión, el aprendiz, la aplica sin compasión: estás despedido. Lo ha hecho con Waltz y lo hará con todos quienes crea que se equivocan.
Lo más complicado de entender es, sin duda, su obsesión con los aranceles. Los ha lanzado contra todo el mundo, olvidándose que para ganar guerras es necesario tener aliados. Sin embargo, poco a poco, pliega velas y consigue cosas.
La Fed anda entre perdida y asustada, lo mismo que los empresarios que le han aupado porque ellos son, sobre todo, creyentes de la globalización. Un escenario con aranceles por doquier llevaría a recesión e inflación simultáneamente. Pero los acuerdos con Reino Unido y su tregua con medio mundo, incluida China, dan pistas de que la sangre, esperemos, no llegará al río. Los mercados, poco a poco, se están calmando, quién sabe si hasta el próximo susto.
En geopolítica quiere acabar, aunque sea a martillazos, con los conflictos (guerras) en Ucrania y Gaza, apareciendo también de mediador entre India y Pakistán. Las monarquías del Golfo parece que le entienden. Qatar le ha regalado un mega avión, pero sobre todo ha firmado impresionantes compromisos en aviones, energía y defensa: Arabia Saudí le va a comprar armas por doquier y, además, promete invertir en suelo americano. ¿Qué más se puede pedir?
Su relación con México es más compleja. Se necesitan mutuamente, pero quiere frenar la escalada del narcotráfico. De momento 29 ciudadanos mexicanos, capos del narco, se han enviado a Estados Unidos y allí están encerrados, pero aún no tiene la carta blanca a la que ansía. La pregunta es qué está dispuesto a hacer para que la presidente mexicana ceda ante sus pretensiones. Algo parecido a su obsesión con el ártico y Groenlandia, o con el canal de Panamá. ¿Hasta dónde será capaz de llegar para alcanzar sus objetivos? ¿Qué amenazas está dispuesto a cumplir?
Tiene pinta que al menos los dos primeros años de su mandato van a ser como estos primeros 100 días, un torbellino. Luego habrá que ver si logra volver a presentarse, retorciendo la Constitución, y, sobre todo, quién liderará el partido Demócrata porque, hasta la fecha, Trump no tiene rival.
Seguro que hay inversores que ya han cogido el tranquillo a sus decisiones e invierten, y desinvierten, a golpe de tweet. Estrategia peligrosa, pero sin duda rentable.
El balance hasta la fecha no puede catalogarse como plenamente positivo, pero va cargándose de argumentos para tener un buen relato, que es de lo que se trata. En el mundo que vivimos, la verdad en absoluto no existe, todo depende de cómo la queramos ver. Bueno, en nuestro mundo y en el pasado, pues fue D. Ramón de Campoamor quien en 1.846 acuñó la famosa frase “nada es verdad, nada es mentira, todo es según del color del cristal con que se mira”.